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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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A DIFERENCIA de Cicerón, que no esperó a ser pureta para escribir sus consideraciones sobre la vejez, Norberto Bobbio aguardó a ser sinceramente viejo para escribir su «De senectute». Recomienda que en esa época de la vida hay que apresurarse, ya que se produce un refugio en uno mismo y se reconstruye la propia identidad, formada en la sucesión de los días. «Te juzgas, te absuelves, te condenas y también puedes intentar el balance final». En Cuba, donde todo el mundo sabe leer pero están prohibidos la mayoría de los libros que no traten sobre las ventajas de la revolución, la vejez se muestra arrolladora. La edad media de la cúpula política, según reciente estadística, es de 71 años. En las revoluciones suele romperse mucha porcelana, pero hay algo peor: encontrársela ya rota. El sargento Batista tenía un orinal de oro macizo, según dicen testigos presenciales de sus meadas. Su dictadura era anacrónica, además de corrupta, pero han transcurrido los años y el régimen castrista ha llegado también a estar fuera del tiempo. La colosal figura de Fidel ha huido de los calendarios mucho antes de que le llegara «el arrabal de senectud», no sin dejar a varias generaciones sin probar un helado de vainilla y sin poder viajar fuera de la maravillosa isla. Ese «largo lagarto verde con ojos de piedra y agua», que ha producido más campeones del mundo de boxeo por metro cuadrado que cualquier otro lugar del planeta. Para ser mandatario en Cuba se precisa tener la epidermis blanca y muchos calendarios a cuestas. Nada más antirrevolucionario que impedir el relevo generacional. Para querer transformar el mundo se necesita, además de una adecuada combinación de generosidad y candidez, no haber prolongado en exceso la estancia.