Diario de León
Publicado por
MARÍA DOLORES ROJO LÓPEZ
León

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La sociedad se está resquebrajando por el mismo punto que le sirve de nacimiento, la familia y en último término, la propia pareja que la hace posible. Y no sólo porque los roles de comportamiento y funcionalidad han cambiado en ella, sino porque la vida misma no es respetada en lo mas legítimo de su fundamento. Las relaciones afectivas están pasando por una larga crisis que en demasiadas ocasiones está siendo rematada por uno de sus miembros. ¿De qué género está hecha la violencia en el hogar?. La balanza no está equilibrada. Desgraciadamente, la casi totalidad de las veces, es el hombre quien actúa de verdugo sentenciando y ejecutando lo que juzga desde el desequilibrio y la prepotencia de no ceder el uso de su propiedad privada, la mujer, a ningún otro. Pero hemos de analizar qué tipo de persona es capaz de empuñar un cuchillo y hundirlo en el pecho de un corazón que ha latido por él durante años, o en un vientre que ha llevado a sus hijos para darles vida. Qué mano es la que empuja a la compañera, novia o esposa desde un balcón que ha servido tantas veces para mirar juntos a través de la ventana y enlazar sueños de futuro. Qué pie acelera sin piedad sobre el cuerpo de la mujer que se ha sentado en tantas ocasiones junto a su copiloto avanzando sobre dificultades y problemas como camicaces del destino luchando ante los mismos apuros. Qué sucede en la dislocada mente de quien acaba con lo que le ha ayudado a atajar caminos y a alisar las rugosidades de la vida. Algo siniestro y oscuro debe envolver la mente hasta que resquebraja el cerebro y lo obliga a procesar de otra forma. Ya nada es seguro. No lo es la casa cuando debería ser un refugio en el que poder cobijarnos junto al guardián de lo más nuestro. ¿Pero qué sucede cuando el que nos debe cuidar es el asesino? ¿Qué lugar más seguro para quien mata qué la inmaculada soledad de una vivienda cuando cierra su puerta de la entrada? ¿Qué patíbulo puede ser más cómodo que el pequeño recinto aislado del hogar en el que es tan fácil acampar como general del martirio?. Antes de cometerse el crimen, ese mismo lugar ha servido muchas veces como espacio de tortura. Golpes en las puertas, platos contra el suelo, puñetazos en las paredes, ventanas abiertas y un sin fin de indescriptibles ruidos que comienzan a estremecer a la víctima desde que siente que sus llaves se giran en la puerta de la vivienda y que no cesan hasta el anunciado final. ¿De qué sirven las denuncias? ¿Qué diferencia existe entre las mujeres que llevaban denunciando en reiteradas ocasiones y aquellas que nunca lo hicieron cuando se analiza finalmente el mismo crimen en ambas ocasiones?. El perfil del maltratador no responde a una clase social determinada, ni a la edad, ni a ninguna condición concreta que estigmatice a la persona que lleva acabo el acoso y derribo de su propia vida. Porque en realidad cuando maltratan, cuando matan, lo están haciendo consigo mismos, lástima que invierten siempre el orden en el que ejecutan su falta de autoestima y su nula capacidad para enfrentar la vida desde el coraje de la libertad responsable. La etílica efervescencia de ejercer un corrosivo poder sobre la pieza que creen de su propiedad ha acuñado, desde hace mucho tiempo la típica frase de «La maté porque era mía». La posesión de un bien que es la fuente de sus placeres y tormentos a la vez, dispara el resorte de la propiedad de la mujer convertida en cosa. Igual que pueden pisar el acelerador del coche como prolongación de sus puños, pueden aplastar, incluso más fácilmente y con menor pena, a la persona que debe servirles sin rechistar. Habernos introducido en el mundo del trabajo, ser competentes y diligentes con nuestras obligaciones fuera y dentro de la casa, abrazar la cultura y el mundo del intelecto, tener criterio y ejercitar nuestra palabra como pensamiento válido en cualquier lugar, ser en definitiva personas entusiastas capaces de sonreír y ayudar a nuestros hijos a pesar del cansancio al llegar a casa y terminar la tarea varias horas después que nuestro compañero o marido, nos da todo el derecho a ser felices junto al hombre que lo merezca. Pero ellos, los maltratadores, no perdonan la competencia, la empatía, ni la diligencia, pero tampoco el miedo, el cansancio o la aniquilación. «Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio», reza un cantar que muchos se empeñan en terminar con la eliminación por la parte más débil. Pero ante la cobardía de enfrentarse a mujeres, niños y ancianos (todos los que haya en la casa parece que molestan), responden con otra mayor, la de terminar con una vida a la que han privado de sentido al perder al objeto de la descarga de su ira. Tampoco podemos dibujar el perfil de la víctima porque en estos lamentables casos, ni ser pobre ni rica, ni inculta ni culta, ni blanca ni negra puede salvarnos del exterminio. No hay culpa que lo justifica, pero sí culpable que lo ejecuta. Lamentablemente, la violencia presentada en cualquier bandeja, se está haciendo demasiado presente en nuestras vidas y por ello, cada vez estamos más acostumbramos a convivir con ella. Es la costumbre la que dulcifica el terror que sentimos ante cualquier desastre. El hábito de tenerlo incorporado a las noticias de nuestro desayuno, en el primer viaje por la mañana o a la espera del descanso en la noche, desdibuja la importancia que en realidad tiene el terrorismo doméstico. Todos podemos estar afectados por él o lo pueden estar personas a las que queremos, conocemos o simplemente frecuentemos. Y lo peor es que cuando ponemos un pie en el descansillo de la escalera, todos cambiamos. Sonrisas y saludos amables enmascaran el drama que se vive de puertas para adentro. Lo lamentable del caso es que en muy pocas ocasiones la pareja protagonista ha sido vista envuelta en riñas, peleas o acosos. Son familias normales en apariencia, con hijos que presencian o sufren dentro de casa y con familias colaterales que en ocasiones desconocen la tragedia que viven lo que más quieren. Deberíamos educar nuestra voluntad para que sea inteligente y sepa cuando hay que perseverar en lo que tiene solución y cuando desistir, en aquello que no la tiene. La tozudez puede ser un gran peligro. Instalarnos en la realidad de nuestra vida y aceptar el punto en el que hemos llegado en ella, es de gran ayuda. La inclemente pedagogía del escarmiento está llevándonos a una sociedad cada vez más incapaz de valorar la vida fundamentada en el respeto y la dignidad inviolable de cada individuo. Cuando los sentimientos activos de cuidado, protección y ayuda decaen en una pareja y por tanto en la familia que han formado, se establece la trivialización de lo valioso y se impone la tiranía del quemasdá. De ahí a pensar que toda la culpa está en la otra persona sólo hay un paso que cada vez es saltado con mayor violencia por el que decide el fracaso colectivo de la vida de los suyos.

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