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León

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COMO NO TENEMOS memoria histórica -histérica, sí- tal vez no recordamos cómo fueron las campañas anteriores, cuál fue el cruce y el tamaño de los insultos y las descalificaciones o el de las promesas de mercadillo de todo a cien. Y nos volvemos a sorprender ahora. Pero es cierto que esta campaña es un poco diferente. Varios candidatos, más del PP que del PSOE y especialmente mujeres, han visto cómo no podían exponer sus argumentos porque unos energúmenos no les dejaban. Que, en muchos casos, fueran universitarios sólo añade luz al diagnóstico de la mala salud de la Universidad española. La segunda gran diferencia son los debates televisados. Aquí estamos encantados porque hay dos grandes debates y algunos menores. Es menos sabido que algunos candidatos de relumbrón no han aceptado el reto de debatir con su contrario. Que haya habido trece millones de de teleespectadores y varios más a través de la radio y de Internet, significa que, entre el espectáculo y la información, el futuro de este país interesa a los ciudadanos y el formato, también. Pero todavía ninguno de los dos candidatos a presidir el próximo Gobierno ha anunciado que si gana, institucionalizará los debates para que no haya que volver a hacerlos o no en función de intereses partidistas. En Estados Unidos, Clinton y Obama llevan ya diecinueve debates públicos y luego el ganador tendrá que seguir con McCain. Los políticos saben que los mítines no sirven para convencer a nadie sino para buscar titulares en los periódicos y aperturas en los telediarios y no están por la labor de «hacer la calle» para hablar con los ciudadanos, debatir en serio con ellos en fábricas, empresas, residencias, Universidades, colegios, etcétera. Ninguno se arriesga. La enorme diferencia de esta campaña es que muchos medios de comunicación se han convertido en el primer instrumento electoral de un partido. No digo que se hayan plegado a los postulados de un partido ni que se hayan vendido. Afirmo que llevan el liderazgo partidista hasta límites insospechados. Hagan un simple ejercicio. Digan el nombre de un periódico nacional, de una televisión o de una radio. Cualquiera de ustedes puede predecir, sin mucho temor a equivocarse, qué resultado dará la encuesta que ha encargado ese medio, a quién definirá como vencedor de cada debate, qué titular sacará cada día en su portada y cómo ninguneará al otro de los dos grandes candidatos o buscará sus pecados ocultos. La objetividad se ha enterrado, no sé si temporal o definitivamente, y las informaciones y los titulares están cargados de opinión y valoraciones personales de redactores que parecen a sueldo no de su empresa sino del partido que toque. Cuando desaparecen la objetividad y la independencia en un medio, los que pierden son los lectores, pero no sólo ellos.

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