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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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EN UN esfuerzo de síntesis, uno exprimiría el zumo de la casi difunta campaña electoral y sacaría dos últimas gotas: naufragio e inquietud. El naufragio cabe atribuirlo a Mariano Rajoy cuya previsible derrota (la atisban las intuiciones, la subrayan la mayoría de los comentarios y le ponen porcentajes los sondeos) colocará a su partido en una muy difícil encrucijada. Resulta cada vez más clamorosamente evidente que J osé María Aznar cometió dos errores que han ido dilapidando el capital de la derecha española: desoír aquel grito ciudadano que decía con nitidez absoluta no a la guerra y apadrinar a Rajoy como el líder del Partido Popular. Ahora se ve que fruto de sus propias limitaciones, y con la «colaboración» de un equipo asesor rancio y de primera regional, el candidato a la Moncloa ha aparecido en las postrimerías de la campaña como un líder sin capacidad para generar ilusión y esperanza. ¿Hay algo peor para un líder? La otra gota del zumo, la inquietud, camina de la mano del candidato previsiblemente ganador, -Rodríguez Zapatero- pues, si se acierta en los vaticinios, el panorama que salga de las urnas el domingo va a ser muy similar al ya conocido: un gobierno con muletas nacionalistas. No parece, -y ojalá la realidad llegara a echar por tierra este presagio-, que ni IU ni esos partidos «emergentes» que han surgido úl timamente con más voluntad que medios consigan la representación necesaria para que el partido ganador pueda llegar, en un momento dado, a liberarse de las onerosas hipotecas del nacionalismo. Pero todo indica que CiU, con su líder Artur Mas cada vez más decantado hacia un discurso radical y vecino del independentismo que persigue como objetivo primordial Carod-Rovira, resultará una de las claves ineludibles a la hora de hacer números. La rara y aparente tranquilidad y normalidad con la que Rodríguez Zapatero ha afrontado las relaciones con partidos que, en el mejor de los casos, parecen fundamentar su ideario en un turbador «todo con España pero sin España», choca con la preocupación que sienten muchos ciudadanos. Y es que hay mucha gente hastiada de las estériles veleidades nacionalistas que demuestran una ciega e insoportable capacidad para la desestabilización y para la insolidaridad y que lastran pesadamente el camino nuevo y sugestivo que se quiere abrir hacia este siglo XXI que late en los corazones confundidos de nuestros jóvenes más despiertos y que, es seguro, tiene poco que ver con banderas y fronteras. Estas elecciones dejan pues un regusto poco esperanzador e inquietante. Los hechos hablan a las claras de que los partidos que acaparan nuestros votos no acaban de abrir las ventanas para que entre aire fresco. Sigue, en uno y otro lado, el lastre de esos clanes blindados que cortan el paso a esas gentes, hoy invisibles -y recelosas de meterse en la ciénaga-, que de verdad siguen creyendo en la política como un servicio público de primera magnitud. Y siguen los cabezas visibles de los partidos encorsetados por sus «aparatos» como se vio en los famosos debates; debates entre candidatos listillos más que entre intelectualmente honrados. Digamos, en fin, como Zapatero, sin saber muy bien por qué, eso de: «buena suerte». Falta hará.

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