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OCURRIÓ lo peor, lo que más nos temíamos, lo que casi ni nos atrevíamos a imaginar: ETA no quiso estar ajena al fin de la campaña electoral, e irrumpió, a pocas horas de su cierre, matando, que es su única manera de intervenir en «política». Mató a un ex concejal socialista, Isaías Carrasco, que era sin duda la víctima que tenía más a mano, y lo ha convertido en uno de nuestros héroes: ya lo era por haber aceptado estar en la vida pública bajo las difíciles circunstancias impuestas en el País Vasco por el terror de los asesinos. Se me han agotado los términos para expresar la indignación contra la banda que es nuestra pesadilla desde hace cuarenta años. Pero no se nos pueden acabar las palabras de solidaridad ni la voluntad de llamar a la unidad de las fuerzas políticas. ETA jamás debería quedarse con la sensación de que puede contribuir al resultado de unas elecciones, de que es capaz de poner o deponer gobiernos, matando o dejando de matar. Y debemos reconocer que es posible que la banda haya pensado, a la vista de la división que ha presidido la relación de las fuerzas políticas españolas durante la legislatura, que sus pistolas y bombas podrían desequilibrar balanzas, violentar la voluntad de las urnas a conveniencia de los matones, cuartear el sistema democrático. Unidad. Es la única solución. Las fuerzas políticas tienen que hacer buenos los propósitos que han expresado a este respecto. Unidad sin condiciones en torno a quien le corresponde llevar la batuta en la lucha contra el terrorismo, que es el gobierno de turno. Los españoles, lo dicen las encuestas, exigen esa unidad. Piden un nuevo pacto contra el terrorismo, que no excluya a ninguna fuerza democrática que declare su voluntad de enfrentarse a esta locura etarra, que ya va durando demasiado. Otra cosa serán los métodos a emplear en esa lucha. Serán los gobernantes elegidos por los españoles quienes decidan la trayectoria a seguir. Puede -puede- que una nueva negociación llegue, en su momento, a plantearse, porque se piense que se dan las condiciones adecuadas. Nunca he rechazado, por principio, esa negociación; es más, me parece que sería irresponsable no ensayarla si esa posibilidad existe. Pero sin renunciar a la vía policial, sin permitir que los asesinos se paseen con sus novias fuera de la cárcel, sin llamar «personas de paz» a los cómplices del terror, sin asegurar que no se puede ilegalizar a quienes luego se considera fácilmente ilegalizables, sin hacer depender las decisiones judiciales de la coyuntura. Es decir, sin condiciones. gre. Ya no puede haber ni una fisura más en la lucha contra este cáncer. Ojalá que, en esta jornada de reflexión, todos, los políticos, los medios, los votantes en general, entendamos el mensaje. Unidad.

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