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LA FUERTE diferencia establecida por una sociedad de riesgo, entre integrados y no integrados, es una de las grandes amenazas, del momento actual, que vive el mundo. Ortega y Gasset ya, en su tiempo, nos lo advirtió con estas sustanciosas palabras: «Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse». En una civilización que establece las partijas de las relaciones sociales sólo en función de los intereses económicos, poco se puede hacer por restituir el valor de la entrega generosa en su sentido más profundo. Identificar al pobre como aquel que ha fracasado y, por ende, exclusivamente culposo de su situación de la cual es imposible emanciparse en una tribu de hipócritas, está a la orden del día; sobre todo en una humanidad de alto riesgo que suele merendarse la pobreza de los pobres bajo el jocoso divertimento. ¿A quién le gusta ser excluido? La pobreza no recae sobre personas diferentes a cualquiera de nosotros y, en consecuencia, es un problema que nos concierne a todos. Nadie puede estar seguro de no acabar siendo pobre en un mundo de constantes vaivenes e inseguridades. Considero, pues, de buen talante que el actual partido en el gobierno reconozca, en su programa electoral 2008, de que a pesar del fuerte crecimiento económico y de la reducción de las tasas de desempleo, los niveles de pobreza relativa siguen siendo altos. Es cierto que el estado de bienestar aún no ha visitado a los sin techo y esto me parece una grave injusticia. ¿Por qué el desarrollo económico, el empleo y la política social, no se ponen al servicio de la cohesión social? Para el PSOE constituye, según insertan en su hoja de ruta electoral 2008, un desafío reducir la desigualdad y luchar contra las situaciones de extrema pobreza. Quieren reducir la brecha entre quienes tienen acceso a las nuevas oportunidades y quienes quedan excluidos. Para el partido de la oposición, el PP, creen también en la necesidad de contribuir a la erradicación de la pobreza y la injusticia que padece una parte de la humanidad, impulsando políticas globales que garanticen la libertad y el bienestar de todos los seres humanos. Dicen apostar, asimismo, por un sistema educativo que sea la principal garantía de lucha contra la pobreza y la exclusión social. Si no fuese que las campañas electorales también han perdido seriedad y hondura, para dar paso a un circo de mediocres títeres, sálvese el que pueda, y los programas son como un cuenta cuentos en el que soñar no cuesta nada, nos creeríamos el guión de las «ideas claras» o de los «motivos para creer»; pero es que, a veces, los argumentos son tan absurdos y mezquinos que dejan al descubierto, sin darse cuenta, el rostro de la mentira, por mucho que disimulen el engaño y disfracen los designios. Aún así, que yo sepa, a nadie todavía se le ha ocurrido ofertar la creación de un gabinete ministerial de acogida para los pobres. En cualquier caso, al igual que dice el refranero, yo también pienso que nunca es tarde si la dicha es buena. Y lo será, a mi juicio, desde el momento que tratemos de comprender la situación de la pobreza y no tanto de encontrar una explicación que es lo que menos nos importa. Ello necesita de propuestas que no estigmaticen, sino que tengan la lógica del sentido común para que se produzca una verdadera inclusión. La realidad tantas veces supera a la ficción, sobre todo cuando la pérdida de valores se convierte en un volcán efervescente capaz de desestabilizar toda convivencia humana, que deberían las diversas administraciones presentar en sociedad un regenerador de ambientes que reconduzca al ser humano hacia el humano ser, con una implicación veraz y positiva. De cara a ofrecer un mejor servicio a los pobres, que los hay y cada día son más, considero fundamental la colaboración entre las diversas ventanillas institucionales, poniendo fin a una tendencia de lucimiento personal, de actuar a solas, a veces con espíritu competitivo y voceros atriles. Los pobres no son un negocio más de los pudientes acomodados que hacen la guerra, mientras los indigentes son los que mueren. Debería estar mal visto el palmito de esos acaudalados que almuerzan sin ganas a todas horas, mientras el estómago de los pobres se achica. Cada ciudadano tiene su historia tras de sí y sus propios problemas que, hay que conocer y afrontar, para poder ayudar. Los mal renombrados sin techo han de ser considerados tan portadores de derechos como de deberes y no sólo como un frío listado de necesidades por satisfacer como si fuesen un puro objeto de negocio para muchos y de lástima para otros. Conviene recordar a esta sociedad imbuida en el asentado riesgo que, el 20% de los españoles, unos nueve millones, viven con una renta inferior a la que la Unión Europea considera el umbral de la pobreza. Ahora el partido en el gobierno, PSOE, da su palabra de compromiso a la elaboración de un Libro Blanco que tenga por objeto la reducción significativa de la pobreza extrema en España, hasta el nivel medio de los países de nuestro entorno. Por su parte, el principal partido de la oposición, PP, acuerda en su programa electoral promover en colaboración con el resto de Administraciones Públicas y los agentes sociales, un Plan Transversal que combata la exclusión social y los nuevos patrones de pobreza y marginación. De cualquier modo, gobierne quien gobierne los próximos años, debería cuando menos enfrentarse a quitar el riesgo de la pobreza de una nación avanzada, europeísta, constituida en un Estado social y democrático de Derecho, puesto que tal situación es una falta grave de tutela de los derechos humanos fundamentales.