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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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LA ÚLTIMA portada del Spiegel muestra a cuatro gloriosos oficiales nazis debajo de una leyenda: «¿Por qué tantos alemanes se convirtieron en asesinos?» En un famoso estudio clínico, Erich Fromm concluyó que los alemanes de la época estaban enfermos colectivamente. A la revista, que sigue las observaciones de Las benévola s, la novela de Jonathan Littell, la intriga más bien el hecho de que los verdugos nazis fueran gente corriente. El verano pasado aún quedaba gente normal en Alemania. Páginas adentro, Der Spiegel revela que dos sargentos del ejército confeccionaron morcilla con sangre de sus propias venas y se la comieron con una guarnición variada. Gente normal se mató todo lo que pudo hace muy poco en Yugoslavia y nadie predice qué pasará todavía en Kosovo o en Belgrado. En Belgrado se sabe que actuará próximamente Chiquilicuatre, la estrella esponsorizada por Buenafuente a quien los benévolos votantes del PP comparaban la noche de las elecciones con el presidente de España. En dicho país, gente supuestamente normal ha llenado hasta la bandera los mítines de dos líderes mínimos que han porfiado esta temporada por ver quién decía más tonterías. La gente normal les aplaudía a rabiar y ha votado por ellos masivamente. Habiendo vencido uno de ellos por los pelos, la tropa del lacrimoso derrotado solicitó continuar machacándolo y democráticamente chillaba: «Zapatero, dimisión». De tropa viene «tropelía». Un paredón de enfrente rememora el tránsito por la España cainita de José Antonio Primo de Rivera, el del partido único sin perdón para los ajenos. En países menos burros, la escena hubiera sido inimaginable y la discusión hubiera proseguido al acabarse el mitin. Hay doscientos razones argumentales para votar a Sarkozy, a Bayrou o a Ségolène Royale. Aquí es distinto. Votar es un acto clínico, un acto de odio al adversario. Dentro de pocos días, las calles españolas se llenarán de tallas sadomasoquistas y los españoles normales celebraremos lo que más nos gusta: las ejecuciones públicas. A un cruce de improperios lo llamamos debate electoral; al carnaval inminente lo llamamos religión. Hay otro país, resumen de todos los países, donde el duelo gusta tanto que, cuando el partido demócrata no encontró rival de talla entre los republicanos, reclutó una pareja de duelistas en sus propias filas para que se despellejaran en aras del espectáculo. La imagen nítida de Estados Unidos son dos vaqueros a punto de asesinarse atentamente a pleno sol en la calle mayor del pueblo. Ahora hay un trailer que actualiza el mito en todas las pantallas con personajes de nuestro tiempo: una rubia feminista y un negro ferviente a punto de dispararse.

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