Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Tres aventuras

Ponferrada

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HORTS RIPPERT tiene 88 años. Fue periodista de la cadena de televisión ZDF y piloto de la Lutwaffe. El 31 de julio de 1944 volaba sobre la costa del sur de Francia a los mandos de un Messerschmitt Bf-109 cuando divisó un Lockheed Lightning P-38 aliado en misión de reconocimiento. Ripper se colocó a la espalda del aeroplano enemigo, voló detrás de su estela y cuando lo tuvo a tiro apretó el disparador para alcanzarle en el fuselaje con varios impactos. El Lightning P-38 cayó sobre el mar y se hundió bajo las aguas. Su piloto, que había caído unos años antes sobre las arenas del Sáhara, donde se encontró con un pequeño príncipe procedente de un asteroide diminuto, y sobre la selva de Guatemala, donde le masacraron los mosquitos, no sobrevivió al impacto, le engulló el Mediterráneo y durante medio siglo no se volvió a saber nada más de él, salvo por las reediciones de sus libros. En 1998, un pescador descubrió un brazalete de plata cerca de la costa de Marsella con un nombre grabado. Antoine de Saint-Exupéry, ponía. Muchos no le creyeron. Se lo está inventando, dijeron. Cinco años después, bajo las mismas aguas, aparecían los restos del Lightning, pero nada aclaraba lo que había sucedido con su piloto. Cinco años más, y Horts Rippert ha reconocido por fin lo que ha estado callando durante 64 años. «Fui yo quién abatió a Saint-Exupéry», les dijo la pasada semana a los dos investigadores franceses que le han localizado. «Yo esperaba que no fuera él, porque en nuestra juventud todos habíamos leído sus libros y los adorábamos», añadió arrepentido. El silencio de Rippert durante todos estos años tiene sin duda otra historia que está por escribir, y es la prueba de que Saint-Expurèy tenía razón cuando decía que la guerra no es ninguna aventura, sino una enfermedad como el tifus. Marcelina Alonso Díaz tiene 98 años. Fue campesina, crío animales, trabajó en la mina. Se quedó viuda a los 34 años y se encargó sola de cuidar a una familia que incluía a una madre ciega y una hija discapacitada a la que llevaba a todas partes sobre los hombros. Marcelina es de Librán, quizá no sepa quien fue Exupéry, ni haya leído El Principito, pero también tiene una historia detrás. A Marcelina, que le sigue gustando cantar y tocar la pandereta, le concedieron el pasado viernes el Premio a la Mujer que ha creado el Ayuntamiento de Toreno, y estoy seguro de que con su tesón, habría sido capaz, llegado el caso, de plantar baobabs en un terreno diminuto para sacar adelante a su familia. Julita Rubial tiene 104 años. Nació cuando Ponferrada todavía no tenía el título de ciudad, ni siquiera montaña de carbón, y la población estaba rodeada de huertas. Julita se acuerda de una visita de Franco, de la voz de Arias Navarro anunciando la muerte del dictador, y recuerda también los burros y las mulas que siendo niña eran el medio más común de transporte. Julita tuvo nueve hijos, un montón de nietos y biznietos, pero poco más. «Como hay tanta modernidad, no hay tanto tataranieto», decía esta semana en los micrófonos de la Ser. Y escuchándola hablar con esa alegría, y escuchando a Marcelina, no tengo ninguna duda de que las dos han conocido la verdadera aventura de la vida.

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