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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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DESDE la invasión de Irak se ha venido alterando diariamente el número de sus habitantes. Los estudios demográficos son bastante inexactos en tiempos de guerra, pero en estos cinco años últimos parece que han muerto de forma violenta 80.000 civiles. Las cifras se calculan siempre en números redondos, como coronas fúnebres. En las guerras antiguas solían morir los combatientes, pero ahora corren más riesgo los que ven combatir y soportan los bombardeos. No son los soldados los que más exponen su vida, sino los padres de los soldados, que mueren por su patria sin tener la oportunidad de hacer que mueran por la suya algunos miembros del ejército de ocupación. En el pasado siglo XX, llamado el siglo de las siglas y de las grandes guerras, murieron asesinados ordenada y estadísticamente más de sesenta millones de seres humanos, mientras se gastaban más de 300.000 millones de dólares cada año en armamentos. En este siglo ha sido necesario elevar el presupuesto. Jacques Diof, el secretario general de la FAO, que ha hecho números, dice q ue para acabar con el hambre en el mundo necesita sólo el 2 por ciento del gasto militar, pero las naciones más poderosas le oyen como quien oye llover proyectiles sobre sus cabezas: con mucho miedo a que se les recorte su presupuesto de Defensa y no puedan seguir atacando. Anteayer murieron 56 personas en un atentado en Kerbala. Si el sátrapa Sadam Husein no hubiera sido depuesto, al menos algunos se habrían salvado. Ni siquiera él podía matar con tanta efectividad. El ex presidente Aznar dice que la «situación en Irak no es idílica, pero sí muy buena». Es una de las ventajas que tiene, en vez de estar al pie del cañón, guerrear heroicamente al pie de los mapas.