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NADA TAN CLAMOROSO éstos días como el silencio en la cúpula del Partido Popular. En ausencia de la voz de Mariano Rajoy -que, por cierto, ha tardado una semana en preparar un viaje a Calahorra, la ciudad víctima del último atentado de los terroristas de ETA-, nadie dice ni 'mu' acerca de la premiosidad con la que se despereza el líder y decide asumir que ha perdido las elecciones y que, sí quiere seguir en la política, como Sísifo, tendrá que volver a intentar coronar la cima con la piedra a cuestas . Mientras Pepe Blanco está a punto de dejar sin curro a José Antonio Alonso -flamante portavoz parlamentario del PSOE-, en el PP, parece que sólo está de retén Eduardo Zaplana. Visto el enjuague que pretendía Blanco con los puestos de la Mesa del Congreso, se entiende mejor lo que quería decir Zaplana cuando dijo que esta legislatura a él le tocaba ir de diputado raso. En la extinta mili, el marrón de las guardias y retenes siempre caía sobre los «bultos», que como todo el mundo sabe, son los que estorban. Entre el lánguido «adiós» de Mariano Rajoy en el balcón de Génova noche del 11-M la y el «¡volveremos¡» de Mac Arthur en el 42 en Filipinas, media un mundo: el que sueña con la victoria o aquel que se conforma con la foto del pelotón. En unas elecciones, como bien dice el popular Gustavo de Arístegui, no hay medalla de plata. En su partido, parece que no todos se dan por enterados.