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Publicado por
ENRIQUE LÓPEZ GONZÁLEZ
León

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DESDE 1994, a todas las promociones de economistas de la Universidad de León les consta, en su bibliografía básica de contabilidad, que Juan F. Pérez García era-es «el Barón de La Cabrera». Quizá nunca han sabido que se trataba del insigne y eminente Pérez Chencho. Mis recuerdos con Chencho se remontan a la discusión por la corrección de las pruebas de las galeradas extraídas en las linotipias del taller de mi padre - Electron -, donde se compuso en plomo su libro Hablando de León sin ira que marcó, sin duda, su obnoxio deambular por nuestra provincia y ciudad. Desde entonces hasta su óbito puedo enorgullecerme de haber sido testigo de cómo tan singular personaje se empleó denodadamente en actividades impagables, con el desempeño, en ocasiones febril, de sus mejores dotes, incomparables habilidades e inmejorables competencias en, al menos tres, ámbitos del trabajo social: chaman o imponedor de palabras, prospector de futuros potenciales y «junta letras que no cajista». Como psiquiatra social recibía visitas, casi sin exclusión ni fiestas de guardar, todas las tardes. Pepín de Lleras y Tomás de La Solera , por separado, pueden testificar la evitación de más de 50 suicidios y no menos remedios emocionales dispensados en su consulta facultativa nada onerosa. Chencho ofició de autentica fosa séptica solidaria. Era un escuchador sin prisas ni odómetro, tramitador de auxilios morales y paz de espíritu, arreglador de entuertos, diseccionador de conciencias, analista de personalidades, iniciador de amistades ya eternas, conexionista de inquietudes varias (los antropólogos y propedéuticos cibernéticos conocen que los conceptos de Web 2.0 o red social beben en las fuentes de su docto discernir) y además hacedor de saludables pócimas y mejores pedagogías que le otorgaban una mística aureola cuyo pudor, discreción y timidez a raudales, a partes iguales, hacían a penas casi perceptible su trascendencia en esta, lanar pero retranqueada, vida leonesa. Pero Chencho no era un santo . Siguiendo la estela de visionarios prohombres como Lamparilla o Crémer, además de faro social, Chencho ejerció, con escaso agradecimiento y menor emolumento, de marcador de escopos o «The Man of The Plan» . Lo que se dice fontanería fina , vamos. He sido testigo directo de su implicación seminal, entre otros, en el desbloqueo de Eras y Onzonilla, la promoción del Parque Científico (Pacto por León a principio de los noventa), el Aeropuerto, la futura Estación, el Instituto de Tecnologías del Conocimiento (INTECO), la Ciudad de la Energía o más recientemente «la Braganza-León» e incluso «la Y Leonesa» todavía por desentrañar. En las condiciones más aciagas, antes de empezar a maldecir la oscuridad, Chencho primero trataba de encender una llama. Su instinto innovador, inquietud intelectual, fina clarividencia, valentía y vehemencia ante los desafíos de un futuro por transitar, pero con una amabilidad, lealtad y deferencia encomiables, obviando el más mínimo atisbo de comportamiento protático, ante quienes eran representantes de las instituciones posibilitadoras, han conformado, sin causar vanidosa molestia alguna, la provincia y ciudad de León que ahora conocemos. Pero Chencho no era un sabio . Eso sí, el «ballantines» se lo ganaba oficiando de pregonero de la realidad como periodista de raza. De una estirpe casi extinguida iniciada en la Era del Plomo. Como buen pescador, no era de los que simplemente tiraban el anzuelo y esperaban que «algo» picase. Quiá. Chencho escrutaba, buscaba con denuedo la pieza, se fijaba donde boqueaba y allí ponía la pluma. En alguna ocasión me relató el goce casi orgásmico cuando tensaba la línea, preparándose para equilibrar el conflicto entre el voraz salmónido y la recogida del sedal. Devolvió más de una pieza al agua. Sabía administrar los tiempos y guardar los silencios. Los afectados, aunque no lo quisieran reconocer, siempre han sabido que, con una resignación solidaria encomiable ante la debilidad de la carne, perseguía el pecado y no al pecador. Los periódicos no subsisten dando sólo jabón, al contrario, como desde Heródoto hasta Kapuscinski es norma, su poder mediático se basa en echar sal en la herida y guijarros en los zapatos. La coherencia y honestidad profesional, trufadas con un alto sentido ético, ejercitadas por Chencho en su exigencia de respondabilidad y transparencia de los jerarcas y poderes reales le llevaron a asumir, en ocasiones como un solitario Gary Cooper, un rol de asepsia e higiene social, ante los desmanes de políticos miopes, sin parangón con sus pares de ciudades más grandes. Tenía la rara habilidad de cruzarse en la calle, el mismo día que se publicaba un «marrón», con su «protagonista» en este pueblón del tentetieso y «arrímate¿pallaá» . Pero, aunque príncipe de las letras, rey de la sinonimia, memorialista sin límites, incisivo y provocador prosista con estilo y escuela propios, el mejor - «grande, muy grande» - con sobresaliente distancia en el artículismo local, Chencho no era un poeta . Por todo ello, a mí no me extraña que si por un casual Albert Einstein, el viajero en el tiempo y la luz, nos hubiera visitado en estos tiempos de tribulación, hubiera podido comprobar como el comportamiento del todo León, el León realmente existente, con una de sus más señeras personalidades, el irrepetible, excepcional, pero tan nuestro, Pérez Chencho, hacia buena su frase sobre el universo y la estulticia humana. Sólo superable, si cabe, por la protervia que caracterizó el trato a él dispensado por la pancraciasta y moribunda jerarquía universitaria actual.