CON VIENTO FRESCO
Quien siembra vientos...
DADO el desconocimiento general de la Historia de España, muchos españoles creen que el problema del agua es reciente y que tiene que ver con el cambio climático. La falta de lluvias, la sequía -la pertinaz sequía de los discursos de Franco en la postguerra, que provocaban hilaridad en la oposición-, y la desertización vienen de lejos. Los regeneracionistas, especialmente Costa y Macías Picavea, colocaron la política hidráulica como una de sus más apremiantes preocupaciones para modernizar España. El programa de Costa era muy vasto y, como primera medida, creía necesario crear un Ministerio del Agua como instrumento del Poder público para dotar de agua a los campos y a los pueblos. Macías Picavea en su libro El problema nacional señalaba que en España las lluvias eran suficientes aunque mal repartidas, pues caían preferentemente en las cabeceras de los ríos. Por eso la política hidráulica debía corregir los desequilibrios mediante la construcción de pantanos y acequias. Picabea quería «rectificar la desequilibrada distribución que la naturaleza hace aquí de las aguas, cuando las acumula a manos llenas en unas regiones y las escatima en otras hasta la penuria». ¿Cómo? Mediante pantanos y trasvases. Esta política tuvo su reflejo en el Plan de Obras Hidráulicas» de 1902. Sin embargo, hubo que esperar a las dictaduras de Primo de Rivera y Franco para hacer realidad un red de pantanos sin los que hoy nos sería imposible vivir. ¿Alguien piensa en el Bierzo qué agua beberíamos sin el pantano de Bárcena? ¿Se podrían regar los resecos campos del Páramo o de Tierra de Campos sin los de Luna, Porma o Riaño?. El trasvase del Tajo para abastecer de agua a las cuencas de los ríos mediterráneos fue una idea de Lorenzo Pardo en 1933... De aquellas políticas hemos vivido los españoles durante muchos años y, algunas zonas han podido alcanzar un notable crecimiento demográfico y un importante desarrollo económico, que hoy se encuentra en peligro nuevamente por la escasez de agua. El presidente Aznar, con buen criterio y sentido común, diseñó un nuevo Plan Hidrológico Nacional en el que, entre otras cosas, proyectaba un trasvase de agua desde el Ebro a las comunidades de Valencia y Murcia; pero el gobierno de Zapatero lo echó abajo, proponiendo en su lugar la construcción de una red de plantas potabilizadoras. En el fondo lo que estaba era castigando a comunidades del PP por la presión de aragoneses y catalanes. La guerra del agua, entre otras cosas, ha creado una nueva división entre los españoles. Incluso en la modificación de los nuevos Estatutos Autonómicos algunas comunidades han blindado los ríos que pasan por ellas como si fuera de su exclusivo uso y no de todos. Las políticas equivocadas y sectarias al final se pagan. Ahora el presidente de la Generalitat le exige a Zapatero agua porque «Cataluña también es España», y pretende, desdiciéndose de lo anteriormente dicho respecto al trasvase del Ebro, que se le permita trasvasar agua del Segre, principal afluente de aquel río, al Llobregat para de este modo abastecer a Barcelona. A mí me parece de sentido común, sobre todo porque el Ebro se desborda en Zaragoza y arroja al mar mucha agua sin beneficio alguno. Pero lo injusto, lo que crea agravios, es que se permita a unos, por razones partidistas, y otros no. Es necesaria una política hidráulica nacional, sin demagogias, con estudios serios de impacto ambiental y sobre la base de que el agua de España es de los españoles y no de la comunidad por la que pasan los ríos.