Cerrar

TRIBUNA

A mi amigo Chencho: lo tuvo todo, se fue sin nada

Publicado por
PABLO FELIPE SANTOS PASTRANA
León

Creado:

Actualizado:

¡CUÁNTOS os vais, amigos míos, y qué deprisa y qué cruelmente!. Hace pocos días, también por sorpresa, se fue mi amigo Antonio Martínez González, a quien cariñosamente llamabas «El Escayolas» y con el que, si recuerdas, hace poco tomamos un chupito, el día que estuve contigo para darte las gracias en nombre de mi amiga Milagros, a quien no has podido llegar a conocer personalmente, aunque sí a su padre. Por desgracia, el tiempo apenas da para nada y un día por otro¿ al final, Chenchín, siempre quedan cosas a medio hacer. Llevo días encadenando notas y he preferido esperar la celebración de los actos funerarios para decirte, por última vez, pero ahora ya sí, con mayor seguridad que las demás, aquella frase que tanto te repetí y que tanto te soliviantaba: «te equivocas, Chencho». He esperado también para dar tiempo a todo aquel que quisiera aportar la memoria de su vida contigo. Además, en asuntos serios, acuérdate que ambos, por respeto, siempre aguardamos el pronunciamiento del maestro, don Victoriano, lo que ya fue hecho el jueves 27 (Diario de León, pág. 65). Salvo valientes y bien informados retratos, he hallado silencios notables y algún detalle nada noble. Y bien, aquí me tienes, haciendo lo que hace décadas nos juramos mutuamente: «quien sobreviva, diga y trate de difundir verdad sobre el otro». Complicada tarea me has dejado, Chencho, pues yo entre letras me maldefiendo y no soy precisamente ideal componiendo panegíricos, ya que siempre he preferido anteponer la verdad en vez del halago fácil y el peloteo barato (quien me conoce, lo sabe). Harto difícil me resulta, pues, pero fue jurado y ha de ser cumplido. Retengo tu imagen del primer día como si fuera hoy mismo. Nos presentaron los corresponsales de La Bañeza, Llanos (el informativo) y Delfín (el gráfico). ¿Cómo olvidar la escena?. Casi al unísono, me dijeron «Mira, Felipe, aquí tienes al Chulo de La Bañeza, éste sí que sabe escribir». Poco después, comenzaste a trabajar en la redacción del diario «Proa» y así estuvimos juntos cuatro décadas, cuarenta años. Hablo de «Proa», «La Hoja del Lunes» y las crónicas deportivas de un tal Joan Gamper ; hablo de «La Voz de León», «La Hora Leonesa», «La Crónica de León», e incluso coincidimos algún tiempo en Diario de León, donde yo también estuve. Fueron muchos años juntos y la única diferencia es que nuestro maestro y tu mentor, don Primitivo García Rodríguez, camisa vieja de Falange y director de «Proa», periódico del Movimiento Nacional, siempre te lo consintió todo. Incluso en la última y más compleja etapa, siendo director Enrique Cimas, contaste con amplia y significada cobertura. Sin duda todo ello debido a que eras el mejor en tu oficio, cosa que todos sabían y precisamente eso fue lo que más adelante te causaría tan grandes problemas. Como bien dice Susana (Diario de León, 26 de marzo, página 7), nunca te perdonaron tu valía. Aquellos años nada se te ponía por delante, lograbas todo cuanto te proponías. Fuiste Premio Nacional de Periodismo «Ruiz del Castillo» , también Premio Nacional de Periodismo en Medicina y en Veterinaria, lograste el Premio Nacional «Valle Inclán» , fuiste director en León del periódico Trabajo y director del Gabinete de Prensa del Ayuntamiento de León siendo regidor José María Suárez González, a quien yo mismo, por indicación tuya, entregué la carta de dimisión que horas antes, hacia las seis de la madrugada, estuviste redactando en el salón de mi casa. ¡Qué deprisa iba todo entonces, Chenchín!. Te hablo de desayunos de whisky en La Canasta entre nueve treinta y diez de la mañana, usos y costumbres a lo que se unían no pocos industriales y gentes importantes de León que también instituyeron allí una comida a mediados de semana. En aquellos tiempos, pocos gozaron en León de apoyos tan notables: Fernando Rodríguez Pandiella, Emilio Hurtado Llamas, Primitivo García Rodríguez, Ruperto de Lucio, José María Suárez González, José Miguélez García («Pepín»), Julio César Rodrigo de Santiago. Y banqueros y empresarios y magistrados, jueces, fiscales, gobernadores civiles y autoridades de todo tipo. La lista sería ciertamente larga y peculiar. Por entonces, hacías de todo y todo bien: prensa, radio, libros, charlas, conferencias,¿ Poco después tuviste la suerte de conocer a Pedro Rodríguez, uno de los mejores periodistas que ha disfrutado España, de quien también aprendiste mucho. Luego, tu amigo del alma, Faustino Álvarez, promovió tu bautismo televisivo en el programa Primera Plana de Televisión Española. Eso te sumergió en un océano nuevo, te llevó a conocer y tratar con los mejores y, además, en una época histórica en España. De tú a tú te codeaste con profesionales del calibre de José Luis Balbín o Emilio Romero, que ya es decir. Viviste también grandes experiencias, como el viaje a Las Vegas acompañando al púgil Roberto Castañón en su aspiración al título mundial; las aventuras junto a Emilio López Tamargo, habitual en cada Vuelta Ciclista a España; la amistad con Severiano Montero, «El Seve» , que junto a otros atravesó en el año 79 toda Europa, incluso Irán en plena revolución islámica, para ascender las cimas del Nun Kun en Cachemira; o los momentos que departiste con Manuel Ruiz de Adana; también aquellos rifirrafes francos y nobles con Manolo Valdés, Gavilanes o Clérigo. Disfrutaste también de apoyos más modestos pero valiosísimos, personas que a diario salvaban algunos de tus desmanes. Eterna cómplice de tu economía, jugándose el puesto, fue siempre Victoria, Toya, tu «Toyina del alma» . Entonces estabas en situación de hacer casi lo que quisieras y fue cuando yo empecé a decirte aquello de: «Chenchín, no te equivoques» . Te dejaban hacer muchas cosas, sí, pero a cambio no parecías darte cuenta de que muchos se aprovechaban miserablemente de ti. Intentaba que me entendieras cuando te veía como al escalador que corona el Everest, que tras conquistar la cima del mundo, ¿sabes qué hace?: Descender. Yo trataba de que te dieras cuenta pero tú, con aquella habilidad innata, consignabas una respuesta perfecta y rotunda, evadiendo la cuestión. Era tu apogeo y un brillo solar que solamente pudo ensombrecer Marcos Oteruelo, siendo director de Diario de León. Hasta aquel momento, siempre te creíste capaz de todo, pero dos breves tropiezos te cerraron el paso. Uno ha sido dicho, el otro tuvo como escenario la Universidad de León, de lo que el catedrático de Economía, Enrique López González, ha sabido dar cuenta en su cierre a la Tribuna del 4 de abril. Siempre tuviste tiempo para todos, menos para ti, tu familia, los tuyos y tus verdaderos amigos. Para estos, siempre sentenciabas que había tiempo en cualquier momento, lo cual nunca llegaba y, cuando yo te insistía en que te equivocabas, tú, sabedor de que yo tenía buena parte de razón, impostabas tono confidencial y desatabas una frase breve, de aquellas de tu cosecha, marcando tu carácter y criterio al respecto. Me sabe mal que nunca me hicieras el menor caso en eso. Quedo a disgusto debido a que después de tantos años de trabajo y sinsabores, de tanto dar la cara una, otra, mil veces; después de tantas dificultades y trances al límite, te has ido rápida, discretamente, y además sin el colchón que mereciste mucho antes y mucho más que muchos otros. El maestro fue certero en esto, diciendo mucho en poco espacio (no como yo): «Ha muerto uno de los actores más enterados de la gran comedia política y sin embargo jamás sacó de esta convicción el pago que se suele reservar para los alistados encubiertos». La última vez que comentamos sobre ilusiones y proyectos fue aquella cena en San Marcos. Llegado un punto me pediste que callara, que no siguiera hablando. Lo hice. Pero no por gusto sino para que las verdades no te amargaran aquella velada. Lamentablemente, sigo en mis trece y más ahora que ha quedado confirmado lo que, con gigantesca cabezonería, jamás quisiste reconocer. Ahora ya es tarde. Fíjate, Socio. La tarde del mismo día en que comenzaste a dejarnos, un amigo común, José Antonio Asensio, me hizo llegar la noticia de que no presentabas buen aspecto en tu almuerzo del día en La Hornera. Atribuí todo a un simple bajón de ánimo o a alguna otra mala racha, que de estas pasaste y pasamos muchas. ¡Cuánto lo siento, socio!. Nunca hubiera llegado a imaginar que fraguabas tu marcha súbita, lo cual, por otro lado, fue siempre tu deseo declarado, irte deprisa, sin molestar ni dar tormento a nadie. Todo ha sido fatalidad en tus últimos tiempos, y sé de lo que hablo. El mismo día en que ya no puede más y estalla tu aorta, llegó a mis manos una invitación y la noticia de que un nuevo diario, «La Crónica», «vuelve a nacer». ¿No es crudelísimo el humor que destila el destino? Nace un nuevo medio, de los de papel impreso, los que a ti te seducían; pero la muerte se encaprichó tanto por tenerte que ni siquiera te concedió tregua para, al menos, haber podido certificar el nacimiento de ese medio y emitir dictamen acerca del mismo. Te vas en el peor momento, Chencho, ahora que parece que se anima el espacio informativo en León, cuando a ti ya nada te quedaba por aprender y tanto podías enseñar a generaciones de periodistas desconcertados, atrapados en un entorno en el que ya uno no sabe bien si «se informa» o «se gestiona información», que no es lo mismo. Y con este panorama, vas y nos dejas. De lo cual -no nos engañemos- muchos sí que se alegrarán; tú y yo sabemos de los unos y de los otros, pues los hemos conocido a todos. La pena es que te hayas ido sin haber escrito una historia leonesa contemporánea. Sé que muchos tiemblan sólo de pensar lo delicado y comprometedor que puede ser tu archivo. Pues aquí me dejas, Chenchín. Te fuiste como viviste: libre. Ya nunca más te oiré llamarme «socio», «hermano», «amigo», «compañero» y «cascarrabias» . Ya nunca te oiré decirme que soy yo el que padece el error, no tú. Ahora ya es tarde, Chencho. Has muerto y ya nada importa; salvo acudir al funeral, nadie hace nada por un muerto. En ciertas mesas servirán menos whisky con agua y en otros lugares restarán tu comida diaria, habrá foros en que ya no esperen ni requieran tu presencia y ya no podré contemplarte plasmando la realidad del momento en La Solera. Pero no te engañes, Chencho, esto es León, tú lo has conocido bien. Tus cenizas volarán enseguida y no será raro hallar quien te niegue tres y cuatro y mil veces en cuanto su relación contigo ponga en trance su estatus. Tendrás suerte si esta ciudad te ofrece alguna calle; puede que ni eso. Yo, personalmente, me adhiero a la acertada propuesta que don Cecilio Vallejo hizo el día 27 (Diario de León, página 6), la cual suscribo por completo. Chenchín, Chenchín. Tú que lo tuviste todo en la dictadura, mueres sin colchón, indigente en plena democracia. Tú que contaste con tantos amigos y protectores leales, poderosos, estratégicos, accedes a esta nueva situación sin haber resuelto lo poco que te quedaba pendiente. Todo lo postergabas sine die , primero era hacer lo de los demás; tus problemas, resolver tu futuro, siempre quedaba para después, que es un día que nunca llegó. ¿Y qué hay ahora de la gratitud que se te adeuda? Aparte de amistades fieles e influyentes, te acechó también ese mundillo perenne de oportunistas y merodeadores de intereses propios que tanto daño causa en León. En el fondo siempre lo supiste, por eso te enfadabas cuando yo te lo recordaba y quitabas hierro al asunto concluyendo que eran personajillos inevitables, «gajes del oficio». Algunos de estos sí que acudieron la última tarde, quizá para estar seguros del fin de tu libertad, que es lo que tanto los inquietaba. Ni ateo ni agnóstico. A tu modo, siempre creíste, y el día en que por último te presentamos ante Dios, en la Iglesia de los Agustinos, congregaste gran cantidad y calidad de personas. También hubo ausencias que sí, sé que las disculparías todas diciendo que no hay que pensar mal, que seguro que se les presentó algún asunto inexcusable. Bien, engañémonos si quieres. Sigo al precitado Enrique López y firmo cuando sea y donde sea que no fuiste «santo» ni «sabio» ni «poeta» . Fuiste Chencho , nada menos. Lograste sobrevivir refugiado en un universo creado a tu medida pero nunca a salvo del todo de felones, falsarios y liberticidas. A menudo me decías, atribuyéndolo a Unamuno, que en este mundo tan enmarañado y plagado de intereses contrapuestos, «un hombre sólo puede aspirar a envilecerse lo menos posible». Alégrate, Chencho. Tú lo lograste. Yo, contra viento y marea, seré tu amigo y te recordaré siempre. A Conchi, tus hijos, hermanos y demás familia, mis condolencias. Y a ti, Charo, no sabes cuánto lo siento.