Diario de León

CONTRACORRIENTE

Un mendigo en Eras

Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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LOS VECINOS de Eras han adoptado a un mendigo que, desde el pasado invierno, se pasea por aquí a media tarde y, mientras llega la noche, cam ina sin rumbo por sus aceras, hasta que decide ponerse junto a la puerta de un supermercado. Es un pobre de solemnidad, como se decía antes, pues calza zapatillas sin calcetines, sí bien una samaritana le regaló un abrigo de mujer, que se viste los días de viento helado. Por un capricho del azar, resultó ser de su talla y lo lleva sin remilgos. Jamás le he visto pedir limosna, pero la gente le entrega monedas y comida, que él recoge extendiendo una mano negra como el carbón. Igual de ennegrecido tiene el resto de la piel, que recuerda al cuero de los odres, aunque su cráneo lo remata una mata de pelo blanco, fosco y sucio. Su edad es indeterminada, diré cincuenta años. No inquieta a nadie, no blasfema, no persigue ni adula a los peatones. Creo que se le tiene por enajenado y se niega a ser recogido por las asociaciones de caridad, o en su defecto, los servicios sociales. La policía tampoco le molesta, cosa de agradecer, pues no es la primera vez que uno tiene que ver a municipales bien cebados espantando a inmigrantes con globos para que no importunen a las autoridades. Es el pobre de Eras. Este es un barrio con su gente mayor, pero también con muchos jóvenes emparejados y con niños. Gente trabajadora, apacible, que ocupa en verano sus terrazas y disfruta de sus espacios verdes. Pequeños burgueses de la periferia, que seguramente tendrán - tendremos - prejuicios y mezquindades, pero que han aceptado a ese hombre sin aspavientos ni hipocresías, dispuestos a darle bocadillos, leche y tabaco. También a tenerlo en la cola del súper, soportando estoicamente un olor mefítico, mientras el hombre, siempre silencioso, adquiere sardinas y una botella de anís. A veces, por la noche, habla solo y se refleja en su mirada el vidrio del alcohol. También un soplo de demencia. Lo miro y me pregunto de dónde será, cómo habrá llegado hasta aquí, cuáles habrán sido los derroteros de su vida. También fue un niño, qué duda cabe, y acaso haya amado a una mujer. Sí, lo admito, me provoca una tristeza inmensa. Él, por descontado, ignora mi r abia. De poco le sirve que un tipo que escribe en un periódico sienta socavada la dignidad humana por verle así. De menos le sirve que, precisamente, haya leído esta mañana que el mercado de materias primas de Chicago prevé un alza de los precios del arroz; que un tribunal alemán sentencie que sus empresas pueden pagar menos a los extranjeros; o que, entre las novedades turísticas, estén de moda los barrios marginales. El pobre de Eras lo ignora y fuma su cigarrillo. Es posible que hoy tenga el estómago lleno, parece un hombre frugal. Me retiro de la ventana y enciendo el televisor. Sale Bush, dándole la espalda a nuestro Presidente, hay una gran mesa entre los dos. Otros mandatarios se reúnen junto a él y charlan animadamente. Hablarán de la recesión mundial, supongo, de las brillantes estrategias que desarrollarán para atajar el problema. Cambio de canal. El sol deja un barniz dorado sobre los tejados de Eras, pero es posible que la noche sea fría. Sí, muy fría.

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