EN BLANCO
La Movida
GRACIAS A DIOS, ha terminado de una vez por todas el fúnebre ambiente que reinaba en el Principado de Mónaco, un pequeño y retozón país donde había más tristeza que en el Huerto de los Olivos tras los decesos de la gran Grace Kelly y el estólido Rainiero. No ayudaban a la concordia familiar los casquivanos devaneos de Carolina y Estefanía, dos buenas chicas que acaban siempre en brazos de los peores tipos. Como saben, el principesco Baile de la Rosa ha dedicado la presente edición a la movida madrileña, generación identificada con todo tipo de excesos pero faro iluminador en aquella acomplejada España de la transición democrática. La vida cotidiana del país aún olía a pobreza y opresión cuando un grupo de locos y locas hicieron de Madrid un feudo de actualidad y creatividad a toda pastilla. Y todo ello al ritmo locuelo de ese viejo demonio llamado rock and roll. Las cosas han cambiado, y por desgracia a peor. Almodóvar sigue filmando películas que duermen hasta a las ovejas modorras y Alaska se gana bien la vida haciendo bolos con ese estrafalario marido suyo que parece recién salido de un Todo a 1 Euro . Unos y otras se pusieron divinos de la muerte para cantar en Mónaco aquello de El rey del glam y otros himnos de los irrepetibles años 80. La jerarquía social y económica monegasca se lo pasó pipa, deshaciéndose en mimos hacia el ramillete de modelnos que les alegró la cena. Los más puristas se lo han tomado a la tremenda, recordando con nostalgia la foto de don Enrique Tierno Galván y Susana Estrada luciendo pectorales, una suerte de póster oficial de la movida. Y añaden, ¡ay, si don Enrique levantara la cabeza y la sacrosanta teta de la Estrada hiciera otro tanto! El tiempo, ese canalla que lo arruina todo.