Diario de León
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PEDRO BAÑOS BAJO
León

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CARLA del Ponte, la infatigable defensora de los derechos humanos más elementales y de una justicia internacional verdaderamente imparcial, ha quitado la venda de los ojos a un asombrado mundo occidental y le ha cegado de pleno con el resplandor de sus espantosas afirmaciones sobre el tráfico de órganos de jóvenes serbios cometido por miembros de Ejército de Liberación de Kosovo, el famoso UÇK, en el verano de 1999. En su libro autobiográfico recientemente publicado en italiano, La Caza. Yo y los criminales de guerra, con la autoridad que le da haber sido fiscal del Tribunal Internacional Penal para la ex Yugoslavia, del Ponte relata como unos 300 serbios, elegidos entre los prisioneros más jóvenes y con aspecto de tener mejor salud, fueron trasladados a la ciudad de Burel, en el norte de Albania, donde se les comenzaba por extirpar los riñones y se proseguía por otros órganos, hasta que, vaciados y desmembrados, fallecían. Y todo ello con la finalidad de obtener millones de dólares con la venta de las vísceras arrancadas en el turbio mercado internacional. Aunque esto pudiera parecer una anormalidad dentro de unas guerras balcánicas de por sí plagadas de historias de horror y salvajismo, lo cierto es que los más serios informes confirman que se está generando un turbio negocio de tráfico de órganos controlado por organizaciones criminales sin escrúpulos, como consecuencia de que la demanda global de trasplantes intervivos, especialmente de riñones, está creciendo sustancialmente en los países más desarrollados y pudientes. Se estima que al menos el 10% de los riñones que se transplantan anualmente (unos 70.000) proceden del mercado negro, aunque algunos expertos suben esta cifra hasta los 15.000. Mientras los países suministradores de este espantoso mercado figuran entre los menos desarrollados socialmente del mundo (como China, India, Egipto, Brasil, Filipinas, Turquía, Moldavia o Rumania), los demandantes se encuentran en EE.UU., la Unión Europea, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita e Israel. En definitiva, un fabuloso negocio que mueve cientos de millones de euros, en los que participan hasta los cirujanos más prestigiosos, y en el que llegan a pagarse 150.000 euros por riñón. Mientras que los donantes, muchas veces forzosos y casi siempre engañados, perciben, en el mejor de los casos, entre 600 y 5.000 euros. Pero no debe perderse de vista que, como sucede con todas las actividades en que se involucra el crimen organizado, si persiste el tráfico de órganos es tan sólo por que hay un mercado que lo demanda, y que acostumbra a situarse en las sociedades más avanzadas, lo que dificulta enormemente su erradicación, por inaudito, ilegal, inmoral e inhumano que parezca.

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