Diario de León
León

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A UN amigo mío político su esposa le montó en casa una moción de censura, una corriente crítica y un congreso nacional, todo ello en un fin de semana, sin salir del salón. La sangre no llegó al río, pues lo arreglaron mediante una fusión conyugal. En el amor todo tiene arreglo; en política, casi todo. La semana pasada pronosticábamos que los enfrentamientos con motivo del congreso del PP iban finalmente a quedar en cuatro gotas, y si Esperanza Aguirre asegura que no tiene intención de presentarse, pues lo mismo escampa antes de haber llovido. Ahora bien, en política, vaticinios pocos, los justos. El hombre del tiempo más popular de mi infancia, Mariano Medina, se apostó el bigote a que no llovía, y lo perdió. Uno no tiene bigote que jugarse, pero dado que aún luzco buen flequillo, sería capaz de apostarme cuarto y mitad del mismo a que todo quedará en amago de tormentilla, aunque unos y otros han acabado calados, inevitable cuando la lluvia te cae dentro de casa; además, esos catarros o los curas bien o no te los quitas. Una limitación neurológica me impide creer en los liderazgos políticos, y no por escepticismo o desdén, simplemente no los necesito para decantar mi voto; incluso en mi propia vida, no admito más liderazgo que el de mi mujer, el Real Madrid y el de los Cien Mil Hijos de San Luis; hasta ahí me dejo liderar, pero ni un paso más. Algunos ya sólo servimos a señores imaginarios, que nunca existieron y, sin embargo, son. Cierta máxima del camino resume lo ya dicho, válida para el amor y la política: a veces ganas, a veces pierdes. Con futura victoria electoral o sin ella, Rajoy nunca vivirá como persona un triunfo mayor que cuando su mujer lo abrazó tiernamente, en el balcón, tras haber perdido las elecciones. Y uno intuye que él lo sabe.

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