AQUÍ Y AHORA
El drama del PP
PESE A LA GÉNESIS del PP, una heteróclita amalgama de pequeños partidos de derecha y de restos de la UCD, no cabría hablar, en puridad, de sectores ideológicos o de corrientes de opinión en su seno, pues en él siempre se ha dicho y hecho, con rara unanimidad, lo que tocaba decir y hacer en cada momento y según la doctrina ocasional dictada por el Jefe. Incluso a los réprobos, tipo Gallardón o Piqué, nunca se les oyó decir una palabra desencajada del discurso oficial del partido, y mucho menos se les vio hacer nada, en política, distinto a lo que se esperaba de ellos, pues la disensión, casi diría que el pensamiento (en la medida de que para serlo necesita alguna libertad), han estado proscritos en el Partido Popular como muy bien saben, por ejemplo, Pimentel o Calomande, quienes probablemente se habrían quedado de haber existido sectores ideológicos y corrientes de opinión. Así pues, el actual drama del principal partido de la derecha no radica en que se disputen su dirección futura los diversos sectores ideológicos que no hay, sino en que los mismos que lo han dirigido hasta el presente, llámense Rajoy o Aguirre, se obstinan en seguir dirigiéndolo, bien que incorporando una imagen estética que les permita ganar los próximos comicios. Más Rajoy pretende girar, o parecer que gira, un poco al centro luego de haberse pasado los últimos cuatro años en las posiciones más integristas; y menos Aguirre, que cree que sin moverse de ese integrismo puede, sólo por su seducción y su carisma, obtener mejores resultados. El drama, en cualquier caso, es que ninguno de los dos puede ofrecer la renovación que el partido necesita, una renovación que, por cierto, habría de pasar necesariamente por la instauración de la democracia interna y por el consiguiente fomento de la pluralidad que hoy, como siempre, brilla en el PP por su ausencia. De momento, el público se fija en Aguirre y en Rajoy, en los actores del drama, pero el argumento del mismo, que pasa casi inadvertido, tiene mucha mayor profundidad.