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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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PARA LOS MÍSTICOS, vivir en el planeta Tierra siempre supuso una forma de destierro. Este desigual sitio habitado por efímeros huéspedes no sólo alberga furias y ruidos, injusticias y hambres, sino claros en el bosque que hacen más llevadera la estancia, pero la verdad es que deja mucho que desear. Hubiera sido peor sin Sócrates, Jesús de Nazaret, Beethoven y Fleming, entre otros, no tantos, que intentaron corregirlo, pero aquí se sigue buscando una salida. Stephen Hawking, al que no sin alguna falta de respeto suelo llamar el sabio plegable, acaba de ofrecernos una forma de evasión. Desde su silla de ruedas se ha convertido en el mayor de los aventureros, pero necesita dinero para construir bases en la Luna y en Marte. El físico británico está convencido de que la humanidad será capaz, en un futuro no muy lejano, de viajar a otras estrellas, incluso a esas que saben nuestro cuidado y, aunque estén apagadas, comparecen algunas noches claras en nuestra ventana. En el 50 aniversario de la Nasa, este hombre sublime y quieto, ha apelado al espíritu de Colón. Dicho de otro modo: ha visto que va a llegar un momento en el que habrá que irse de aquí. Desde el debut de la bomba atómica, Bertrand Russell y Einstein se dieron cuenta de que era posible la destrucción del planeta. Y se escribieron cartas, a través del mar, comentando esta posibilidad, llamada avance científico. La conquista del espacio, que ha carecido de héroes, quizá obedezca a ese oscuro instinto. Hay que buscar otro sitio porque esto se va a poner imposible y de aquí habrá que irse el siglo menos pensado. Adiós bibliotecas y estatuas, próceres y altas cordilleras. «Adiós a todo esto», que decía Robert Graves, que era paisano de Hawking cuando coincidieron en el mundo.