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TRIBUNA

La igualdad del medio rural El IRPF y la financiación de la Iglesia Católica

Publicado por
MARÍA Jesús Soto Gerardo Silván Osa
León

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Como CADA AÑO, cuando llegan los meses de mayo y junio, nos encontramos con la obligación de presentar los impuestos de la renta de las personas físicas y el impuesto del patrimonio, para aquellos que tiene obligación de hacerlo, o para los que sin tener obligación, lo hacen para que les devuelvan las retenciones que se les han practicado durante el ejercicio anterior, en este caso, el año 2007. Desde hace varios ejercicios, el contribuyente tiene la opción de manifestar expresamente su voluntad de que una parte de los impuestos que paga, se asignen a la Iglesia Católica o a fines sociales, para la financiación de sus actividades en favor de la sociedad. En el supuesto caso de que el contribuyente no señale expresamente con una cruz en la casilla oportuna su deseo de contribuir a la financiación de la Iglesia o de otras asociaciones con fines sociales, la asignación tributaria que corresponda, se imputará a los Presupuestos Generales del Estado con destino a fines generales. Un tema del que se ha hablado mucho en los últimos meses es el hecho de que la Iglesia Católica debe ir caminando hacia la autofinanciación, es decir, que sus fieles y simpatizantes tendrán un papel cada vez más importante en la financiación de sus actividades. El primer acuerdo al que han llegado con el Gobierno es al aumento del porcentaje que se recibe del IRPF. Hasta el momento se le asignaba a la Iglesia el 0,5239% de la cuota íntegra del impuesto del contribuyente, y ahora recibirá el 0,70% de dicha cuota. El aumento del porcentaje de asignación supondrá para la Iglesia Católica poder recibir en torno a un 33% más que en ejercicios anteriores, sobre los impuestos que paguen los contribuyentes que marquen la casilla de la Iglesia. Es muy importante mencionar que para el contribuyente no suponen un mayor pago de impuestos en ningún caso, sino que es un menor ingreso para el Estado a favor de la Iglesia, por los acuerdos firmados entre la Santa Sede y el Gobierno Español, que se remontan a 1979. La sociedad en general no es gran conocedora de la enorme ayuda que suponen las actividades de la Iglesia Católica con los más pobres y necesitados, tanto en nuestro país como en las misiones en países pobres. La educación, los ancianos, los niños, los pobres, los enfermos y los más desfavorecidos en todas las sociedades, reciben innumerables ayudas por parte de la Iglesia Católica desde hace cientos de años. Todos esos recursos, que aporta la Iglesia a esos fines, suponen un ahorro importante a los gobiernos de los distintos países. Por todo ello, no está de más recordar, que debemos pararnos a reflexionar un momento ante esta posibilidad de ayudar a los demás, con sólo poner una cruz en esa casilla, en la que fieles y simpatizantes de la Iglesia Católica en España desean mostrar su apoyo para seguir favoreciendo a los más necesitados. Leo EL ARTÍCULO del 14 de abril de 2008, publicado en este periódico y cuyo título es ¿Quién lucha por el desarrollo de Babia? , escrito por Leandro Hidalgo, pedáneo del pequeño pueblo babiano de Pinos. Realiza una buena exposición de algunos de los problemas y carencias de estas tierras en las que llevo viviendo once años. Como vecino y como pequeño empresario que me ha permitido mantener contacto con muchos habitantes de otras zonas rurales de esta descontrolada e ingobernable autonomía de la que formamos parte, siento la necesidad de extender las quejas propias de un babiano a otros ámbitos territoriales. Las quiero hacer extensivas a un mundo rural, de un país eminentemente rural, que cada vez suma menos votos -algo más de seis millones de habitantes en 6.800 municipios y tres cuartas partes de la superficie nacional frente a los casi 40 millones de habitantes restantes- y que ha perdido la esperanza de tener un Ministerio de Igualdad que vele por sus intereses. Pero sobre todo las quiero hacer extensivas a un territorio tan olvidado como es León y a su montaña, en particular. Un mundo rural leonés al que tanto le cuesta hacer paisanos o sincerarse al vecino del pueblo aledaño, lo que dificulta aun más tener una voz fuerte que nos permita ser oídos por nuestros administradores. Un mundo rural leonés tan acomplejado que nuestras regiones vecinas hacen suyas nuestras tierras. Vivo en una tierra donde hace cincuenta años un embalse arrancó las raíces de muchas personas para regar los sueños de unos cuantos e iluminar los bolsillos de unos pocos, como si los derechos de unos pudiesen enterrar los de otros, dividiendo una comarca que no pudo ni supo luchar junta. Vivo en una tierra donde la principal conexión es una autopista cuya mayoría del trazado (más de tres cuartas partes) recorre nuestras tierras leonesas, gran parte por tierras de Luna, y que sin embargo se conoce como la autopista del Huerna (Asturias). Vivo en la única zona de este país que no cuenta con centro de salud porque la salud es secundaria frente a los intereses de nuestros políticos. Vivo en una zona donde se promete a la vez que se niega año tras año la conexión con Asturias a través del puerto de Pinos, solo pendiente de su asfaltado, mientras se planifican autovías incomprensibles e imposibles que destrocen unas tierras de alta protección natural, que solo el presupuesto del estudio hubiese asegurado el asfaltado de nuestras carreteras durante mucho tiempo. Mientras tanto, el resto de comunicaciones -teléfono fijo, telefonía móvil, internet, televisión- viajan por caminos carreteros. Eso sí, los servicios van desapareciendo al mismo ritmo que nuestras gentes, por la vía rápida. Vivo en una tierra donde una cantera puede destrozar nuestro mejor patrimonio, el natural, llevándose una parte de uno de los sabinares más peculiares e interesantes de este país, mientras la administración mira para otro lado para no reconocer los errores cometidos con anterioridad al otorgar los permisos correspondientes. Vivo en una zona en la que cada pocos años -¿cuatro años quizás?- se presentan grandes proyectos de desarrollo que jamás se llevarán a cabo. Donde las vacas se vuelven locas, al igual que los caballos y las ovejas, pero de alegría, al poder campar a sus anchas casi todo el año por estos valles tan prolíficos. Donde se sigue alargando la vida de una industria minera moribunda cuya mayor inversión no se destina a generar industrias alternativas y limpias que mantengan la población y el medio natural sino a prejubilar a sus trabajadores para que puedan irse a vivir a grandes urbes con más posibilidades de consumo. Donde nuestros ayuntamientos, con poca capacidad económica individual, no son capaces de unirse para prestar un servicio de ocio común a todas sus gentes, como puede ser una piscina climatizada, una zona de lectura o de ordenadores, porque las diferencias ideológicas de los partidos que representan, la desmotivación, los intereses personales o las desavenencias no se lo permiten. Donde cuando aparecemos en televisión lo hacemos como animalitos desprotegidos para rellenar algún espacio tras una nevada casi siempre sobredimensionada, o en algún anuncio de televisión que necesite resaltar las excelencias paisajísticas. Vivo en una tierra con pocas gentes, muchos jubilados, escasez de niños y algunos pequeños empresarios -ganaderos, hosteleros, panaderos, tenderos, de turismo rural o activo, pequeños artesanos¿- en muchos casos mileuristas y siempre olvidados por nuestros gobiernos -¿algún político ha pensado que también este país está tejido por miles de pequeños o micro empresarios que también son mileuristas como tantos y tantos trabajadores?-. Vivo en un pequeño pueblo de la montaña leonesa, tierras de Luna Alta aún más olvidadas, si cabe, que las tierras babianas, disfrutando de una naturaleza y de una calidad de vida que no sabemos quien nos la arrebatará antes, si el cambio climático, nuestros dirigentes o nosotros mismos. Pueblo que, siguiendo el impulso del mundo rural, también se cruza de brazos ante las adversidades, combatiendo la desidia de las administraciones con su propia desidia, quizás pensando que así equilibra fuerzas. Y cuando descruza los brazos lo hace para despedirse de algún vecino que, en el mejor de los casos, parte para vivir en la ciudad.