Diario de León
Publicado por
CÉSAR ROA MARCO
León

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YO HE PEDIDO muchas veces que se debata en los foros de forma sosegada y en especial en la prensa sobre los asuntos que incumben al ciudadano. El motivo de esa petición no es otra que insistir en la discusión para que el ciudadano, del que uno se olvida con harta frecuencia, pueda discernir las distintas posiciones que hay para interpretar la realidad en que vive. La discusión en prensa tiene la ventaja de dejar constancia de lo que se dice y, con el tiempo, se le puede exigir a los interlocutores que expliquen sus cambios bruscos de opinión. Hace ya algunos meses publicó en el Diario de León un artículo del doctor en derecho Isidoro Álvarez Sacristán sobre la política leonesa y lo titulaba con un término nuevo, a todas luces ingenioso; pero, a mi modo de ver, un tanto surrealista. He intentado interpretar el sentido que se le puede dar al término leonesidad y entre los significados que he barajado he encontrado los siguientes: condición de ser de León; evidencia manifiesta de ser de León; sentimiento de ser de León o inclinación a sentirse de León¿, no me han convencido ninguno. Me pega a mí que aquél lo toma de la palabra hispanidad; a todas luces, ésta palabra abarca algo mucho más amplio que el localismo referido y la diferencia mayor es el idioma; indiscutiblemente hispanidad incluye a todas las gentes que tienen el castellano como lengua materna, algo en común imprescindible. En cambio me ha parecido más necesario buscar una palabra para denotar a los que usan el nombre de León en vano, que evidentemente no he encontrado y que pido colaboración para encontrarla ¿leonita? No es intención mía entrar a discutir de semántica, por la simple razón de que no sé, sino, al contrario, prefiero incidir en el significado político del quehacer de nuestros representantes, ya que en el la última campaña electoral se volvió al tema de la secesión de León de la comunidad autónoma. Parte el citado autor de otro término similar, más común y muy manoseado en política, el leonesismo , y aprovecha el autor para acusar a los que se lo asignan de haber caído en la tentación de utilizarlo en su provecho personal. Pero no entra a debatir el término en el sentido del hecho político, según quien lo utilice; es decir, el significado no es el mismo para un militante de la UPL que para otro del PSOE, los dos partidos que más rivalizan en su amor a León, (a propósito qué es León ¿un lugar de destino universal?) aunque en la práctica, y en sus discusiones arrebatadas, ya no existen diferencias porque se ha vaciado de contenido, sólo hay agravios; ¿será el mago Frestón cervantino quién nos ha encantado?. En la pasada campaña electoral de las municipales el leonesismo ha surgido como un Guadiana en algún sector del PSOE y se ha vuelto a plantear, yo creo, para eludir el debate político de los temas concretos que nos atañe. No hay ningún político en activo que no utilice su amor infinito a su tierra (en este sentido recuérdese que tampoco hay ningún dictador que no tenga un amor infinito por su patria). Aún más, hoy parece que están de acuerdo los partidos políticos que gobiernan la ciudad León y no lo hacen en la autonomía que la solución es la segregación, y con ella se resolverán así todos los problemas, yo discrepo desde mi óptica técnica y permítaseme recordar los tres principios de la mecánica «newtoniana»: no hay móvil perfecto de primera especie, ni de segunda ni de tercera. Lo absoluto no existe. Seguir reivindicando la segregación del León de la comunidad de Castilla y León es absolutamente lícito, pero hay que exigir al proponente su hoja de ruta: Cómo lo va a hacer; qué se va a transferir; qué está haciendo mal la actual administración autonómica y cómo lo haría ellos en el nuevo ente. ¿Por qué no estudian la situación actual mediante un análisis DAFO (Debilidades, Amenazas, Fuerzas y Oportunidades)? Método que permite definir el proceso a seguir basado en la superación de las debilidades y amenazas existentes apoyándose en las condiciones favorables, las fuerzas que se tienen aprovechándose las oportunidades que se presenten. Lo sorprendente de la campaña última es que la propuesta está viciada de origen por estar formulada a destiempo. Hay algunos que creen que la opinión pública no se ha movido desde 1975 y que no ha cambiado de opinión desde 1983, cuando el primer gobierno autonómico del PSOE empezó su andadura política de gobierno en Castilla y León y constituyó la primera administración autonómica. No olvidemos que los resultados electorales en las elecciones generales son tozudos; demuestran que los partidarios de la separación son minoritarios; aunque son la tercera fuerza política, pero sin representación parlamentaria; este hecho es por algo ¿cómo se explica?. La discusión política segregacionista, en mi opinión, es falaz porque no se plantea, perdonen que insista, el modo en cómo se producirá esa segregación ni en qué condiciones se hará; tampoco se quiere hablar de las competencias qué se transferirían, me imagino que dirán: todas las que tiene la Junta. Los partidarios de la uniprovincialidad autonómica han de explicar el proceso a seguir y atreverse a desarrollar estas cuestiones para valorar su viabilidad. No sólo habrá que calcular el coste que se va, sin duda, a producir, sino que habrá que calcular lo que supone la paralización administrativa y la puesta en marcha de la nueva administración. Habrá que determinar los medios a utilizar para urdir toda esa fabulación y, quizás lo más importante, qué hacer con el Bierzo. Estoy seguro que si se lleva a cabo un proceso de segregación se producirá un parón en la administración mayor que el que hubo en 1983 cuando se creo la España de las autonomías y se echará, cómo no, la culpa al enemigo de siempre, Valladolid. Ya he expuesto otras veces y como nadie me ha convencido de lo contrario lo sigo manteniendo, que antes de plantearse una nueva administración para la provincia de León habrá que resolver el problema de la reforma de la administración local. Si no se resuelve el minifundismo municipal, creando ayuntamientos viables, antes de plantear el leitmotiv de nuestra existencia, no se puede dar el paso siguiente que sería la segregación o no de la comunidad autónoma. Hay que afrontar el problema municipal, porque quien lo sufre es el ciudadano, aunque a veces éste no se da cuenta, porque no conoce la causa pero padece las consecuencias. Problema que no se resuelve esperando la fusión voluntaria de los municipios o que estos desaparezcan por inanición. Tiene que hacerse de un modo similar al que hizo John Mejor allá por el año 1993 en el País de Gales y Escocia, mediante decreto, suprimiendo los condados (instituciones existentes desde el medievo) y puso un tope para constituir los ayuntamientos (tenían que tener un número de habitantes superior a los trescientos mil habitantes); no pasó nada, salvo que perdió las elecciones, pero Tony Blair no volvió a la situación anterior, y se crearon las nuevas municipalidades sin traumas y ahí están funcionando con economías de escala. Hoy en Limburg (Holanda) se están planteado reducir el número de Municipios por algo será. Otra cuestión tan importar, quizá mayor que lo expuesto hasta aquí y que llevaría mucho más tiempo su desarrollo, es la que se refiere a la reforma de la ley electoral que Álvarez Sacristán insinúa, pero no hace propuesta: la regeneración de la política. No es una cuestión local es un problema nacional que afecta también a muchos países. Sólo se puede resolver aceptando la mayoría de edad del elector; para ello el político ha de rendir cuentas a su electorado, sabiendo el ciudadano a quien vota y quien le representa personalmente y exigiéndole que cumpla no sólo legal y moralmente, sino siendo ante todo ético.

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