EN EL FILO
Sin efigies de Aznar
LOS MOMENTOS políticos cristalizan en efigies humanas, y el largo momento de Aznar ha dejado para una efímera posteridad las efigies de Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, celadores de Mariano Rajoy, quien estaría buscando ahora su momento. Pero como la vida corre vertiginosamente, Acebes no le ha seguido el ritmo, ni al paso lento que marcaba Zaplana hasta ayer, cuando anunció a Rajoy que se marchaba con otra. Y se ha ido con Telefónica, que le ha abierto despacho en Praga, la ciudad más bella de Europa, o una de las cuatro más bellas. Rajoy comunicó el mutis de Zaplana, que ya no era mas que diputado raso, al iniciarse la reunión con su grupo parlamentario, en el que iban a repartirse, y se repartieron, las presidencias de las distintas comisiones, sin que ninguna recayera en Juan Costa y Pizarro, dos cartas a las que apostó Rajoy en las recientes elecciones generales, sin demasiado éxito. La portavoz Soraya Sáenz de Santamaría aseguró que tanto a Pizarro como a Costa se les habían ofrecido puestos parlamentarios, que rehusaron por considerarlos tal vez premios de consolación, cuando de sus pecheras cuelgan medallas de relumbre. Está Acebes como desaparecido, y Zaplana a punto de desaparecer de la vida pública, en la que veía cerrados todos sus caminos. Rajoy no le ha mostrado el menor afecto en estas semanas poselectorales, lo que le condenaba a la pena que ya se había adelantado a ponerse a sí mismo, la de no ser más que un diputado de a pie, cumpliendo el dignísimo deber de hacer bulto. Podía haberse limitado Zaplana a observar el hipotético cumplimiento de las profecías que anuncian una continuidad de Rajoy más bien breve, por si la alternativa le fuera más propicia. Pero sucede -siempre en hipótesis, racionalizada, eso sí- que en el primer puesto de la lista de recambios figura el líder valenciano Francisco Camps, adversario frontal de Zaplana, hasta el punto de haberle despojado de toda influencia política a lo largo y ancho de Valencia. A quien han estado a punto de saltársele las lágrimas al enterarse del mutis del día ha sido a Esperanza Aguirre, para quien de trata de «una mala noticia», que lamenta «profundamente». Porque «no está España sobrada de personas de la edad, de la experiencia y de la valía de Eduardo en el mundo de la política». De paso recriminaba subliminalmente Aguirre a Rajoy el haber dejado escapar a ese tesoro humano, que ahora dará sus frutos en la Telefónica europea. Si Zaplana hubiese visto en Aguirre alguna posibilidad de suceder a Rajoy a corto o medio plazo, tal vez habría permanecido agazapado en el grupo parlamentario del PP, y a la espera. Pero como hombre experto en la periferia nacional, como valenciano brotado a la política en la alcaldía de Benidorm, sabe Zaplana que Esperanza Aguirre representa tan acusadamente el centralismo que fuera de la meseta encontraría muy escasos apoyos. Se ha quedado el aznarismo sin efigies políticas, al margen de la propia de Aznar, y eso sitúa a Rajoy al frente de sí mismo, ante su verdadero momento. Es su hora de la verdad, tras no haber dominado otras horas de una verdad que no era precisamente la suya.