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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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AHORA que se ha callado un poco Al Gore (igual por influencia del primo de Rajoy), han surgido dos terrores nuevos: el precio de los alimentos y el lío financiero. Lo de la comida es una catástrofe para los millones de personas que subsisten con menos de un dólar al día. Lo de las finanzas es más discutible en regiones donde la gente no se pone a correr cuando el precio del petróleo se cuatriplica en cuatro años. Las finanzas eran el jauja de los liberales. Cada cual obraba aba a su manera y delegaba con imaginación. La guinda era el mercado de productos derivados. Las virguerías de swaps, fondos basura, acciones en futuro y en futurible han creado tal maraña de compromisos virtuales, obligaciones cruzadas, créditos hipotéticos que los cajeros tienen dificultad para averiguar si son ricos o están en bancarrota. Como el dinero se había hecho invisible, algunos bancos lo prestaban como si fueran fichas del Monopoly, sin mirar los ceros. Algunos bancos, otros no. La frivolidad de los americanos o los ingleses no la adoptaron, por ejemplo, los bancos españoles. El Santander acaba de anunciar un incremento de beneficios del 22'4%. Que las cosas empiecen a ir menos bien en España no es necesariamente culpa de Botín o Paco González. Si la atmósfera se enrarece es por otras causas, muchas de ellas psicológicas. La primera es la inercia de considerar que, si hay crisis en Estados Unidos, la hay en todo el mundo. Siendo importante, Estados Unidos cada vez cuenta menos. Hay mucho rico suelto en países emergentes y la imaginativa ingeniería financiera implantada ha desplazado el riesgo a sitios muy raros. Como un pariente pobre, la economía americana ha tenido que ser socorrida por los árabes, los chinos, los rusos, los coreanos, la gente de Singapur. Si algo hemos aprendido de la supuesta crisis, es que muchos países se han hecho mayores de edad. La crisis de las hipotecas no es evidentemente la única explicación de la ralentización americana, y hay otros signos que deberían mosquear a nativos y foráneos. Examinen los exégetas las cifras de la balanza comercial con China y barruntarán que algo se está desmoronando. Era una ocasión como cualquier otra para que estallara la burbuja inmobiliaria en España. Pero, antes del atasco de las subprimes, la construcción y la especulación inmobiliarias no eran una oportunidad: planteaban un problema enorme en una economía con la cabeza de ladrillo y los pies de barro. Se ha confirmado que el estallido de la burbuja en Irlanda no lo ha causado Zapatero. Para la oposición, tan perezosa y con tan mala fe, la situación, sin embargo, era un filón. Devuelto a los pormenores de la tierra y a los engorrosos tantos por ciento, Zapatero la acusa de antipatriota. Y, en efecto, la oposición parece no comprender que, en asuntos de patriotismo, lo chic es que seamos ricos.