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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL HAYATOLESLAM más notorio de su tribu iraní le ha pedido al vicepresidente de su Gobierno que decrete la expulsión de los bazares de algunos iconos infantiles. No le gusta Barbie, que sustituyó a las antiguas «peponas» de otras épocas, ni Spiderman, ni Batman. Cree que hay que proteger a los jóvenes de su «nefasta influencia». La célebre muñeca tiene tetas, si bien en la adecuada proporción que corresponde a su núbil edad, y Spiderman y Batman son poseedores de otros atributos que también tiran más que dos carretas. En la opinión del acreditado hechicero estos juguetes son un peligro para la salud de los niños, a los que tampoco les conviene estar al tanto de las peripecias de Harry Potter. Con las cosas de jugar no debe jugarse. ¿Qué culpa tienen los niños de que el régimen iraní considere a estos juguetes una manera de «intoxicación de valores occidentales»? Por cierto, también la padecimos los niños de Occidente en otras épocas, si bien sólo hasta cierto punto. Aunque nos regalaran tebeos como «Flechas y Pelayos» los que no éramos definitivamente tontos comprábamos «El aventurero» donde Flash Gordon se batía victoriosamente con los habitantes de un planeta maligno, ayudado por los «hombres halcones» que eran tipos de altos vuelos y de gran corazón. ¿Cómo hubiera sido nuestra bombardeada infancia si no nos hubieran permitido leer las novelas de Doc Savage, ni de «La sombra», ni de Pete Rice, que era como el abuelo de Gary Cooper que vendría después en versión plena? En aquel tiempo todos los juguetes pinchaban menos los de papel, que eran los semanarios. Además eran lo único que se hacía en color en aquella época en la que casi todo el mundo iba de luto. Gracias a aquellas primeras lecturas nos aficionamos a los libros que prohibían nuestros «ayatolás». Y gracias a Dios.