EN BLANCO
Doctor Zhivago
EL VICIO superrecomendable de la lectura tiene uno de sus principales santuarios en esas librerías de viejo o de lance, como se decía antaño, que en palabras de Eduardo Arroyo son semejantes a la maravillosa cueva de Alí Babá. El ceremonial exige revolver con mimo entre el desordenado baratillo de tebeos, postales antiguas, pósters de época, revistas decimonónicas bellamente ilustradas y novelitas de tralla firmadas por Marcial Lafuente Estefanía. Y entre semejante desbarajuste, alguna joyita como la que me tocó en suerte en una caseta de la feria del Libro Antiguo que copa ahora mismo el Paseo de Recoletos, en Madrid, ornamentado por un cielo que pinta de azul los primeros calores de la temporada. Allí estaba un ejemplar del Doctor Zhivago editado por Gallimard a finales de la década de los cincuenta. Para completar el hallazgo, puesto a la venta al módico precio de dos euros, la obra muestra una suerte de fe de bautismo fechada en el mes de diciembre de 1958, informando que pertenecía a Amelia Martín Granero y fue un regalo de Jacques Domergue. ¡Coño! Ese fragmento de sentimiento detenido, escrito en el buzón del tiempo, te hace volar la imaginación hacia aquellos años grises, vividos entre el tedio y el miedo, cuando España era gobernada a toque de silbato por el general Franco, un militarín de talla innoble al que debía consultarse hasta el parte del tiempo. Un país de boina, botijo y bocata de chorizo, las costumbristas «3 B», pero en el que seguía funcionando la eterna mecánica de chico conoce a chica y todo lo demás. ¿Qué pasaría entre Jacques y Amelia? ¿Y cómo su prenda de amor ha ido a parar a un escaparate de escrutinio público? Son cosas que le hacen a uno filósofo porque prueban que el olvido siempre pone la rúbrica final a cada historia.