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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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ÁNGEL Acebes comunicó ayer, ¿por qué ayer?, que no quiere seguir siendo secretario general del PP, aunque permanecerá en el cargo hasta el congreso de junio. Zaplana anunció que se iba a Telefónica el día en que Rajoy se reunía con el grupo popular del Congreso, y tal vez sea pura coincidencia, pero Acebes informaba ayer de que «ha cumplido una etapa» a la hora en que los senadores del PP celebraban con Rajoy una reunión en el Senado. La salida de Zaplana inspiró comentarios y análisis sobre la soledad en que empezaba a encontrarse Rajoy, con los primeros espadas de su partido haciendo mutis por el foro o acumulando en el grupo, caso de Pizarro y otros, sentimientos o resentimientos de frustración. Pocos analistas interpretaron la estampida de Zaplana como un alivio para un Rajoy que se habría sentido durante cuatro años aprisionado por dos celadores de Aznar. El otro celador sería Acebes, al que Rajoy dedicaba ayer frases de sincero afecto, agradecido a su lealtad. Acebes, en efecto, ha sostenido a Rajoy en alguno de sus momentos más delicados. Acebes es una buena persona. Zaplana explicó su mutis por sentirse políticamente «achicharrado», lo que era cierto, pero de Acebes podría decirse que no se siente en condiciones de estirar más su cuerda política. Tenemos, pues, a Rajoy sin nadie a sus flancos y respirando una libertad enrarecida y presionada desde dos enclaves de Madrid, Génova 13, cuartel general del PP, y Puerta del Sol, sede del gobierno regional de Esperanza Aguirre. La alcaldía de Ruiz-Gallardón, trasladada ya a la plaza de Cibeles, mantiene una pasividad circunstancial. A través de algunos despachos de Génova y, especialmente, desde sus propios altavoces, la vieja guardia del PP también ha salido a escena, y por eso nos hemos enterado de que Aznar y Rajoy están muy preocupados por «el momento más crítico y difícil del partido» desde su refundación. Z aplana y Acebes son conscientes de que deben alejarse un tiempo de las candilejas políticas para dejar paso a quienes lleguen, pero la vieja guardia, invocando el nombre de Aznar, pretendería volver a las cumbres del partido. Rajoy, en estas circunstancias, tiene un arma que maneja con habilidad: el silencio. El silencio, en política, suele interpretarse como fuerza, es decir, poder, y así habrían interpretado el de Rajoy los aparentemente damnificados por haber caído en el olvido del presidente. Pero el silencio vale durante un tiempo. Para neutralizar a la vieja guardia del PP hacen falta otras armas; la más gallarda, la de enfrentarla en el congreso con su propio espejo político.

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