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PEDRO BAÑOS BAJO
León

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LOS CASTIGADOS habitantes de Myanmar (la antigua Birmania) no levantan cabeza. Los dramáticos problemas políticos internos se ven acompañados por periódicos y espectaculares desastres naturales. Como el reciente ciclón, que ha dejado miles de muertos y desaparecidos, y a millones de personas sin techo ni alimento. Los birmanos tienen fama de ser austeros y sufridos, a lo que les ayuda practicar la religión budista (casi el 90% de la población), pero se duda que puedan seguir aguantando más tiempo sin reaccionar contra el régimen militar que les subyuga e impide su progreso. Si ya en septiembre de 2007 se produjeron masivas protestas provocadas por la enorme subida del combustible y los alimentos básicos, no puede descartarse que estos acontecimientos se reproduzcan, pues el ciclón ha destrozado buena parte de la cosecha de arroz, del que viven y se alimentan mayoritariamente los birmanos. Momento de caos que también pueden aprovechar los dos grupos rebeldes armados, integrados por miembros de la raza Karen (9% de la población y de mayoría cristiana) que continúan con sus reivindicaciones para poner fin a la represión a la que les somete la mayoritaria raza birmana y conseguir una plena autonomía territorial. Pero no es fácil que la Junta Militar, que se autoconcede el eufemístico nombre de Consejo para la Paz y el Desarrollo, cuyo férreo y tiránico dominio sobre el país ya perdura desde hace 45 años, y mucho menos su máximo dirigente, el General Than Shwe, esté dispuesta a claudicar fácilmente, al menos mientras China no les retire el decisivo apoyo con que les ha favorecido en los últimos treinta años. Esta dictadura militar de ideología socialista, aunque cada vez más forzada a aplicar principios de economía capitalista y a potenciar las privatizaciones, ejerce su omnipotente imperio sobre una República Federal compuesta por siete distritos birmanos y otros tantos estados periféricos independientes empleando el Ejército (Tatmadaw) en acciones trasgresoras de los derechos humanos más elementales. Los cerca de 50 millones de habitantes están hartos de una conflictividad que parece cebarse con ellos desde tiempos inmemoriales. Esperemos que el referéndum sobre la nueva Constitución del sábado próximo, junto con la presión internacional, sea capaz de inyectar oxigeno a tan maltrecho pueblo.