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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ESTE es un hombre que vivió intensamente uno de los periodos más apasionantes de la reciente historia de España: el que va desde los estertores de la Restauración en la convulsa Barcelona convertida magistralmente por Mendoza en «la ciudad de los prodigios», hasta los inicios de la guerra civil. Este es un hombre humilde, cuya infancia desgarradoramente melodramática parece extraída de un folletín decimonónico: abandonado por la madre a los tres años, huérfano a los catorce, trabajando desde los diez... Este es un hombre que quiso ser maquinista en Bilbao, alpargatero en Montpellier y acabó convertido en relojero en Argel y en líder de las desesperadas masas obreras que buscaban en los años veinte la redención en las palabras iluminadas de Bakunin, de Proudhon o de Marx. Este era un hombre alto, seco de carnes, patológicamente honrado, dotado de verbo cálido, que aprendió en la vida todo lo que sabía y aprovechó al máximo su inteligencia natural y preclara para ver lo que otros no eran capaces. Sólo asistió dos años a la escuela pero en Moscú se atrevió a cuestionar el concepto de «dictadura del proletariado» frente a los entonces indiscutibles Lenin y Trotski; compartió amistad con Indalecio Prieto; rechazó formar parte del Consejo de Ministros; fue tentado por un joven José Antonio Primo de Rivera y llegó a ser uno de los pocos españoles que se entrevistó con Einstein cuando el sabio judío visitó Barcelona. Este es un hombre tan poco preocupado de sí mismo que en sus memorias ni siquiera comprueba su fecha de nacimiento: fue el 11 de febrero de 1886, en un «pueblecito limítrofe a Ponferrada del Bierzo» llamado Santo Tomás de las Ollas. Se llamaba Ángel Pestaña Núñez y es, probablemente, el político más importante que ha dado el Bierzo en toda su historia. O, quizá, sólo fue un hombre.

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