Pensábamos ayer

EL CAMPUS vuelve a estar bajo la protección del «El Quijote pensador», la escultura de Víctor de los Ríos. Un día de cuya fecha no quiero acordarme recibió en un traslado un golpe, y no precisamente de suerte; el sino de todo caballero andante es encajarlos y continuar sus andanzas, quebrado pero contento. Hace años estuvo ubicada en el Portillo, luego presidió una de las entradas a Vegazana y ahora permanecerá junto a la Biblioteca Universitaria San Isidoro. Sea bienvenido, de nuevo, este querido oráculo de piedra. Echábamos de menos su concentrado discurrir acerca de la superioridad o no de las armas sobre las letras, si aquello son molinos o gigantes, si será cierto que hay almas con colmillos, o qué habrá sido de las astillas de la tabla redonda¿ Y entre tanta reflexión, que a nada claro conduce -salvo a la melancolía, la única posada siempre abierta- han ido pasando los años, sobre él y nosotros. Pero alegrémonos, pues desde hoy la ciudad vuelve a vivir protegida por las quiméricas cavilaciones del personaje cervantino; mucho más fiables que las de Guzmán, su puñetero puñal y el ahí tienes la estación. El Quijote regresa al Campus, restaurado con el patrocinio de Caja España. La Universidad es el mejor parnaso para este inquilino, aunque su meditar pueda verse en exceso interrumpido por quienes orinan botellón; malos tiempos para la caballería, también para la incontinencia urinaria, pero lo importante es que él ha retornado, nuestro San Perdedor, para seguir ganando batallas después de muerto, con la majestad del antihéroe y bajo el sagrado pendón de la bondad. El gran pensador retoma sus meditaciones donde las interrumpió, siguiendo la estela de Fray Luis de León y su decíamos ayer. Quién fuera su escudero, aun en estos tiempos aciagos.