La patada hacia arriba

DOS LEONESES han resultado agraciados con la pedrea del último gordo de las elecciones. Uno es Ángel Villalba, hasta ahora secretario regional socialista y portavoz en las Cortes autonómicas, al que han nombrado presidente de Feve para que se jubile de jefe de estación en los trenillos de vía estrecha. El otro es Miguel Mártínez, alcalde durante diecisiete años de San Andrés del Rabanedo, senador, secretario provincial de su partido y buen paisano, que ha sido elevado, a su vez, a la presidencia de Paradores de Turismo. Y lo de ascendido es un decir, porque tiene que dejar todos los demás cargos, así que si esto no es una patada por todo lo alto que venga Dios y lo vea. Vamos a echarlos a los dos de menos, si bien a uno más que al otro. Adivínelo usted, pero para un servidor está claro. En política llegar a alcalde no es nada fácil. Se precisan, como mínimo, dos cualidades humanas: querer a tu pueblo y ser correspondido. Anthony Quinn en «El secreto de Santa Victoria», el municipio toscano al que los alemanes querían expropiarle el vermouth de retirada en la segunda guerra mudial, intentaba explicarle a Ana Magnani en la gran pantalla su nombramiento de podestá para un marido tan cenutrio como el de ella. «Yo huelo a pueblo y el pueblo me huele a mí», zanjaba el otro. Miguel Martínez, hijo de un taxista y sacristán de Toreno de Sil, llegó a San Andrés, municipio de aluvión donde los haya hace cuatro décadas y se ha pasado media vida ganando elecciones. Probablemente el secreto le viniera de familia, porque él nunca ha dejado a nadie en la cuneta, aunque ahora lo hayan aparcado. Ha dicho Miguel bajando la bandera de alcalde y en llegando al hotel de Entursa, como sus progenitores en el taxi, que piensa desaparcar los paradores de turismo de Villablino y Riaño, cosa que no nos creemos los más viejos de esta Redacción. Esta es una parada más en la vida. Si tardas cuatro años o más no te agobies, macho. Quedamos y tomamos una tila en San Marcos. Paga Zapatero.