TRIBUNA
Complejo de Diógenes. Arrodeos
NO TENDRÍA ningún inconveniente en llamar idiota en su cara, al creador de este término para denominar a esos curiosos personajes que acumulan basura en su casa. Tuvo que ser algún periodista embrutecido en programas de mierda, digo, del corazón (¡perdón por el pesimismo!), o el propio Cretino Arana que aseguraba que los españoles olemos mal. Porque ¿qué tienen que ver esos personajes con Diógenes el cínico? No veo por qué no se dice lo mismo de quien instala, en el centro de su hogar, la televisión cada vez más plana, que define en negro y en plano la actividad cerebral de los telespectadores. Al fin y al cabo la mierda es mierda, virtual, plebeya, machista, feminista, militar, real o episco-pa-pal, de la Cope, la Ser o los Cuarenta Principales. Reconocer este principio, mucho más igualador que el socialismo o la «igualdad por decreto» del propio Ministerio para la Igualdad, nos hace profundamente humanos. Naturalia non sunt turpia. ¿Hay acaso algo más común, más unánime por encima y por debajo de sus diferencias odoríferas que la mierda? Pero Diogénes de Sínope, el único que supo reírse de todo lo que los hombres acumulan como tesoros y, bien mirado, no es más que mierda (fama, poder, riqueza, honra, etc. etc.), se hubiera reído hasta la pedorreta al saber que habían dado su nombre a un estilo de vida que desconoció totalmente, y que, a lo mejor, tampoco hubiera despreciado sino que, como filosofía opuesta a la suya, la hubiera respetado porque le permitiría reírse de sí mismo, de su desasimiento de todo lo que los hombres acumulaban ya como bienes culturales. Desde el punto de vista del cinismo el hombre, antes que animal bípedo e implume, o animal de lenguaje o animal político, debería ser definid o como acumulador y, paradójicamente, desertor de la mierda. Toda la pedagogía ecologista lúcida y hermosamente cínica se reduce, y ese es su gran mérito, a enfrentarnos con la propia mierda en una nueva relación. Parece decirnos: si no abandonáis el mohín de disgusto en el asunto «mierda», nos ahogaremos todos en ella. No dejan de producir risa y también un poco de pánico las encuestas que llaman «a pie de calle», cuando hay una huelga de basureros. Cuando falla la gestión general, el hombre se tiene que enfrentar su propia conciencia al asunto «mierda». Todos, todos los encuestados tienen el mismo mohín de desagrado y todos señalan al responsable de la mierda: la alcaldía. ¡Pagamos para que nos libren de asunto tan molesto, y no queremos saber más; que la tiren al mar, la entierren o se la coman! Es posible que la noción de pecado original haya que desplazarla del bello símbolo de la manzana comida, al menos lindo pero más seguro, de la manzana cagada. El pecado de Adán pudo ser menos de comer que de cagar y la detección del pecado, más cuestión de Nariz Divina que de Sabiduría Eterna. En aquel remoto entonces, el Señor, parece que le dijo al hombre: -La has cagado, Adán. Mira cómo me he puesto la sandalia por tu culpa. Sal de este jardín, marrano. Por no respetar su belleza, quedas condenado a gestionar tu propia mierda si no quieres ahogarte en ella. Después, dirigiéndose al ángel de la muerte: -Y tú, despabila, que vas a tener mucho trabajo. Asegúrate de que este guarro regrese un día a la mierda original de la que salió. Algo muy verdadero hay en esta versión del Paraíso cuando, del hombre sucio y abandonado, se dice que es un Adán. Y si miramos la ontogénesis, si miramos al niño concreto, feliz con sus deposiciones y su libertad de hacer caca cuando le peta, nos damos cuenta de que el pecado original aparece cuando pierde su inocencia respecto de su propia mierda. Entonces aprende que la mierda es asunto de la privacidad. Tiene que aprender a retener y soltar sus heces en la «intimidad» (tiene gracia que defecar sea considerado parte de nuestra intimidad más sagrada). Debe conocer, muy pronto, como malo, el perfume de su mierda y ha de aprender a esconder el culo y limpiarlo bien, soportar sus impertinencias y sus exigencias insoslayables, impedirle que se pronuncie en público so pena de ser de nuevo condenado como Adán, por los presentes. Esta es básicamente la forma primera de la educación para la ciudadanía. Y si no ¿por qué tanta variedad de ambientadores en las droguerías? Esto es así. Conocí a un violinista que, después de una interpretación magnífica del primero para violín de Tchaikovski, me confesó que un pedo retenido le había martirizado durante el segundo movimiento. Sí, sí. Es así. Toda la pretendida «limpieza» de una sociedad se basa en la mayor o menor habilidad para cambiar la mierda de sitio escondiéndola y reciclándola y hasta dándole valor económico. ¿A cómo saldrá el kilo de mierda si se decide por fin convertir la romántica luna en retrete terrestre? Que alguien quiera acumularla en su casa no merece censura, sino alabanza. Pero Diógenes¿ Decir que la gente que acumula basura tiene complejo de Diógenes es además de una idiotez de tamaño colosal, una forma de ignorar nuestra propia torturada relación con nuestra propia mierda. Me inclino a pensar que el filósofo carecía de propiedades y que su famoso tonel ni fue suyo, ni fue tonel, sino que vivió en una cisterna seca de Atenas al lado del ágora. Allí nunca acumuló nada, porque, para él, todo carecía de valor, excepto el saber desgarrado de la estupidez humana. Jamás se avergonzó de cagar en el mercado, que eso significa «ágora», lector, o de masturbarse en público, porque no veía suciedad en ello, sino sencillos actos de la naturaleza libre que contradecían la moral social llena de convenciones insoportables. Frases como «esto es una mierda», «la vida es una mierda», «estoy hecho una mierda», «la política es una mierda», «soy un mierda», etcétera, tienen un profundo significado psicofilosófico en el que nadie repara. Sacan a publicidad el valor de todo lo que, por otra parte, es componente esencial de la vida. Quevedo lo vio claro en ese soneto que dice: «la vida empieza en lágrimas y caca». Hacer gestos y mohines de repugnancia no es otra cosa que hipocresía estúpida con ¡todavía! resabios románticos. ¿Y el pensamiento? Cualquier acto de Diógenes encierra una sabia enseñanza que perdura en muchos filósofos. Recuerdo que, en una ocasión, dos sesudos amigos filósofos discutían sobre el problema que las paradojas de Russell suponían para la aritmetización de la matemática y para la precisión formal del lenguaje lógico y filosófico. Cuando me acerqué y pregunté de qué hablaban, uno de ellos me contestó riendo: de mierda. No sigo, lector. E xcúsame, que el excusado me reclama.