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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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SE CONSIDERA a Apicio fuente fundamental para conocer las gastronomía del imperio romano. Poseedor de una enorme fortuna, la dilapidó en su obsesión por la cocina refinada hasta el punto de que la tradición cuenta que, arruinado, se suicidó. Al parecer, desarrolló un procedimiento para cebar a los gansos con higos secos, con el fin de engordar su hígado y elaboró recetas con productos exóticos como las lenguas de flamenco o de ruiseñor y con pezones de cerda. Cuenta Tito Livio que, por influencia del refinamiento culinario de las cortes griegas de Oriente, el servicio de cocina, hasta entonces a cargo de esclavos, se empezó a pagar muy caro entre los poderosos patricios romanos, dueños del mundo conocido. Un mundo que se estaba ya desmoronando mientras en las cocinas de los que habían construido un imperio se fraguaban platos con gallinas de Guinea, gallos de Persia o pavos de la India. No me gustan los paralelismos fáciles y las comparaciones, ya se sabe, son odiosas. Pero no me negarán que algo va mal cuando entre los finalistas del premio Príncipe de Asturias de las Artes, al lado de nombres como Leonard Cohen, Frank Gehry, Ennio Morricone, Peter Brook o Emil Kusturica, aparece como candidato Ferrán Adriá, un sujeto extraordinariamente dotado para la mercadotecnia que ha convertido en arte la tortilla de patatas sin tortilla. Ante la polémica suscitada por las críticas a este tipo de cocina de Santi Santamaría -que ha provocado un seísmo ante el que la crisis del PP es una discusión de mus-, el sector ha cerrado filas apelando al prestigio y a la pasta, que debe ser el tema principal del asunto. Aunque mucho me temo que detrás de todo esto no hay más que una sociedad sospechosamente parecida a la romana que vive la dulce decadencia deconstruyendo tortillas mientras en las fronteras del imperio matarían por unos huevos fritos.