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LOS ACONTECIMIENTOS se precipitan en el seno del Partido Popular. La baja de María San Gil y el adiós de Ortega Lara, uno de los símbolos de los populares, han colmado la paciencia de una parte de la militancia conservadora, que ya no disimula su desafecto por Mariano Rajoy. Nunca se había visto en España a un partido cuya división interna nace de la crispación que provoca el líder entre un sector de sus votantes. Sí hay memoria de luchas por el liderazgo (Borrell contra Almunia; Arzallus contra Garaicoetxea; Frutos contra Llamazares...), pero lo que está pasando en el Partido Popular es hasta cierto punto insólito porque,de momento, contra Mariano Rajoy, formalmente, nadie ha levantado bandera o lista alternativa. Viven lo que los marxistas denominaban un «momento gramsciano»: lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. A Mariano Rajoy le está saliendo mal su proyecto de supervivencia política porque le ha faltado tacto y hasta decoro a la hora de imputar la derrota electoral a sus más allegados (Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, etcétera) y ,porque la gente que le votó el 9-M percibe, con desazón, que frente a José Luis Rodríguez Zapatero volvería a perder . Sus dudas desconciertan enormemente a los militantes; sus contradicciones (Gallardón no, Gallardón, sí), les irritan. Ha convertido al Partido Popular en las casa de los líos. Cuando un líder desune a sus partido, es que su liderazgo es una impostura. Tengo para mí que sólo es cuestión de tiempo -no demasiado- que Mariano Rajoy asuma que en esta crisis el principal problema es, precisamente, Mariano Rajoy. Lo demás vendrá por su propio pie.

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