Inconformidad

HAY PERSONAS incapacitadas para la felicidad porque disponen de un mecanismo que sólo amplifica los defectos y las contrariedades. El nacionalismo, esencialmente, se sustenta en el victimismo: la ensoñación de lo que pudo ser trasformada en un deseo por lo imposible. Con ese motor existencial, los nacionalistas siempre están inconformes por muy elevada que sea la cota de autonomía de que disponen. Para cerrar el círculo, lo peor que les podría ocurrir es que consiguieran lo que dicen desear porque su calidad de vida democrática, económica y social se vendría al piso. Euskadi dispone de una cuota de autonomía difícilmente superable. Modificar su estatuto supondría un equilibrio imposible con la Constitución porque sólo la literatura podría ampliar sus contenidos. Pero la literatura, en las leyes fundamentales, cuando se exagera sólo provoca de nuevo el síndrome de la inconformidad entre la palabra y los hechos. Euskadi podría tener la mejor calidad de vida de Europa sólo con la desaparición del terrorismo y la disposición a disfrutar de su régimen económico exclusivo, de la excelencia de su tradición meticulosa en las artes y las industrias y con la recuperación del aprecio y la admiración del resto de los españoles. Euskadi podría ser enorme si asimilara que la garantía mejor para cualquier vasco es su condición de español. Euskadi podría ser un paraíso en la tierra si la frustración fuera sustituida por la consciencia de lo que se tiene. La mayoría de los vascos están esperando un liderazgo que sustituya la nostalgia por el futuro; la inconformidad por la autocomplacencia y el odio por la concordia. Ahora que un sector importante del electorado vasco se está empezando a dar cuenta de que el nacionalismo, en los términos en los que lo plantea Juan José Ibarretxe y Joseba Egibar, es sólo un mecanismo de su propias ambiciones y un camino que no conduce a ninguna parte, puede ocurrir el milagro de que empiecen a ver en España lo que es: un sólido punto de apoyo para la grandeza de Euskadi.