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Publicado por
ABIGAIL CALVO
León

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PUEDEN PASAR LAS horas y los años, pero los recuerdos que marcan una vida permanecen siempre en la memoria. Vidas que a veces han quedado marcadas porque no hubo ni siquiera despedidas, porque, de repente, sólo hubo silencio y ausencia. Y todo ello sin ningún motivo. La pasada semana, por fin después de setenta años, cuatro familias de Cobrana y Congosto recuperaron lo que habían perdido cuando España se enfrentaba en dos bandos. Una fosa común, al lado de una carretera muy transitada, escondía lo que habían anhelado durante decenios. Los familiares de Marcelino y Pedro Cuellas Valcárcel, de Juan Antonio Ferrero y de Patricio Hernández se pasaron el viernes y el sábado observando el trabajo de los arqueólogos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en el margen derecho de la carretera que une Ponferrada con Puente Domingo Flórez. Allí, en agosto de 1938, habían sido fusilados y enterrados sus padres, sus primos y sus abuelos. Ahora, ya saben donde están, ya han vuelto con ellos y han conseguido recuperar una vida, aunque los momentos por vivir nunca puedan llegar a recuperarse. A pesar de las lágrimas, Aurelia, la hija de Marcelino Cuellas podrá cumplir un duro sueño, enterrar a su padre en el panteón que le aguardaba desde hace setenta años. Son los familiares de los paseados los que deben avisar a la asociación para iniciar los trabajos. Muchas veces, como en el caso de la fosa de Carucedo, todo el pueblo sabe quiénes están ocultos bajo kilos de tierra y de olvido. La memoria de los mayores permite recuperar los cuerpos de aquellos que, un día, desaparecieron tras un cruel paseo hacia un túnel sin final. A pesar de los años, cada vez son más los que recuerdan. Las segundas generaciones de los paseados son los que están, en muchos casos, trabajando por reunir a la familia. La historia de aquella España no tan lejana ha dejado de ser un muro infranqueable; de nuevo los vecinos pueden hablar de aquello que han ocultado, en lo que pensaban pero no decían. El caso de Mari Carmen Rodríguez es el ejemplo. En San Pedro Mallo nadie hablaba de los muertos de la guerra. Sin embargo, el trabajo de la periodista belga Marie-Paul Jeunehomme y de esta nieta han conseguido localizar el cuerpo de Leonides Rodríguez buceando en aquellos comentarios que nunca se produjeron en el pueblo donde fue fusilada y enterrada. Todos sabían, nadie decía. Ahora es el alivio el que marca las vidas de los que consiguen recuperar familiares ocultos en fosas, en lugares tan próximos y a la vez tan lejanos. Los kilómetros nunca se suman a los años porque son las personas las que mantienen ardiendo la llama, esa que se enciende en el pasado y que debe seguir a través del presente para sobrevivir a los futuros. Dicen que una persona sólo muere cuando ya nadie la recuerda y esta permanencia en la memoria es la que debe enseñar a enfrentarse de nuevo al mañana y al día siguiente. La fosas comunes que siguen sembrando la carretera de Ponferrada a Puente de Domingo Flórez continúan esperando a que un familiar o un vecino recuerde, porque ahora ya se sabe que están.

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