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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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AUNQUE LA actualidad política viene cargada de asuntos detonantes (el PP sufre hoy las consecuencias de haber dado tanto cancha en su dirección a los ultramontanos y a los «hoolligangs», e IU las de no haberse enterado de la deriva del país ni de la suya propia), no resisto aludir a un tema en apariencia menor, muy menor, insignificante, que, sin embargo, ilustra sobre la calidad personal de un político, o, mejor dicho, sobre su educación, que es esa cosa que determina no tanto la calidad de uno como la que uno pugna por tener: Alfredo Pérez Rubalcaba. El veterano y controvertido político socialista, especializado de siempre, como se sabe, en torear miuras, tuvo el otro día un raro gesto de buena educación en Dakar, y digo raro porque los gestos de buena educación, los que la traslucen, son, en efecto, cada vez más raros: Sabedor el ministro de que de un momento a otro habrían de comunicarle por teléfono, desde Madrid, el resultado de la operación policial franco-española contra la cúpula de ETA, se guardó la natural impaciencia cuando sonó su móvil porque en ese mismo instante su colega de Interior senegalés le recibía solícito al pie del avión. Atento y sumiso a las normas más elementales de la cortesía, Rubalcaba esperó aún durante tres cuartos de hora, mientras su anfitrión le acompañaba en el auto que le trasladaba al hotel, para, devorado por la ansiedad, devolver la llamada a su Secretario de Estado y enterarse, ya sí, de la detención de la cuadrilla de importantes facinerosos. En un mundo social en que cualquier mequetrefe le deja colgado a uno con la palabra en la boca no bien le suena alguno de los teléfonos portátiles que lleva encima el infeliz, en un mundo social donde hay gente que coloca sus móviles junto a los cubiertos cuando almuerza con alguien, en un mundo social compuesto de ilusos que creen que pueden recibir en cualquier momento una llamada interesante o salvífica, en un mundo social tan empequeñecedor y cochambroso, digo, el gesto de Rubalcaba cobra una magnitud extraordinaria. Porque son tiempos en que lo normal se ha trasladado, o ha huído, a los confines de la raridad.