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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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EL TRABAJADOR inmigrante no sólo no puede ser asimilado jamás a la categoría de delincuente -el gobierno de su país de origen, que le ha exlcuido y le ha expulsado de su hogar, sí suele encajar en esa categoría-, sino que si delinque, deja automáticamente de ser un inmigrante para ser... un delincuente sin más, cuya nacionalidad es irrelevante. Para Berlusconi y sus neofascistas, el orden, como es consustancial a su ideología, se altera, los conceptos se subvierten, y la realidad con cuanto contiene se encanalla: el inmigrante es, de entrada, un delincuente, y sólo la sumisión al esclavismo y a la ciudadanía de tercera que se le propone, y la sarta de papeles que lo certifican, puede, y siempre a discreción de la autoridad, redimirle de esa culpa y del castigo que lleva aparejado. La culpa no es otra, por lo demás, que la de ser pobre, un paria de la Tierra. Es cierto que alguna parte de los extranjeros que recalan en las naciones desarrolladas no son propiamente trabajadores inmigrantes, sino huídos del hambre, la guerra, la tiranía y la miseria, y que su número puede ser superior al que esas naciones pueden acoger y asimilar, pero no lo es menos que de ellas es la responsabilidad, primero, de convertir al huído en un trabajador, esto es, en un ciudadano útil en términos de máxima dignidad, y, segundo, de arbitrar las medidas necesarias para el buen control de los flujos migratorios, evitando así la delincuencia por marginalidad o desesperación. O dicho de otro modo: lo que Berlusconi y lo suyos pretenden es, mediante la supuesta cruzada contra los carenciados que ellos y sus antecesores crearon y explotaron, crear una espesa niebla que oculte al nacional los gravísimos problemas y las lacras que le afligen, mafia, corrupción, incuria... Un trabajador, así posea más o menos papeles, nunca puede ser un delincuente. Un Estado o un gobierno que atropella los derechos humanos, en cambio, sí.