NUBES Y CLAROS
Gastroquímicos
SOMOS EL PAÍS con cocineros más famosos, estrellas del delantal que han llevado al puchero el glamour, la magia y la fantasía. El universo gastronómico, en plena lluvia de estrellas, no es desde luego ajeno a la polémica, porque como todo aquello tocado por el éxito está también emponzoñado por la envidia y la maledicencia. Hasta ahí nada nuevo. Sólo que en los últimos días se han aliado especias picantes y aromas penetrantes hasta hacer saltar por los aires el delicado equilibrio en el que parecía moverse la cocina de vanguardia. Parecía, porque el puchero evolucionado no es uno, sino cientos, tantos como cocineros y cocinillas revuelven cazuelas y pergeñan recetas con las que asegurarse un lugar en el olimpo de los elegidos. Santi Santamaría, reconocido como otros, ha sacado a la luz los enfrentamientos íntimos de los fogones y ha puesto en un brete a los maestros del cucharón que han hecho del menú un juego de ingenios físicos, químicos y erótico-festivos en el que nada es lo que parece, ni sabe a lo que se le supone. Habla el cocinero de los peligros de jugar con las cosas de comer. De meter complicadas fórmulas químicas en lo que nos llevamos a la boca (aunque es tan selectiva esta cocina que, como ocurre con las radiaciones o el agua con arsénico, es difícil que se ingiera lo suficiente como para salir perjudicado en la salud). No me atrevo a decir quién lleva razón, si quien ha dicho en voz alta lo que muchos piensan o los que le han contestado a desabrido coro. De momento propongo un pacto que puede poner a todos de acuerdo. Ayer leía en estas páginas que la lechuga iceberg cuesta en el mercado un 1.980% más que lo que se paga a los productores. Inexplicable, dado su nulo valor gastronómico. ¡Fuera de las mesas! Es pura manía pesonal.