Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LOS HOMBRES primitivos se mataban desde más cerca. Una gran proporción de ellos morían en el empeño. La tarea era arriesgada: había que echarle valor, mientras se echaban las tripas. Por eso se inventó la honda y la flecha. Desde entonces se ha perfeccionado ingeniosamente el arte de matar a distancia y ahora más de cien países han acordado en Dublín eliminar las bombas de racimo, ese producto penúltimo de las uvas de la ira. Israel, China, Rusia y EE.UU. no participaron en las negociaciones del tratado, quizá pensando que sería un mal negocio para ellos. A las naciones les ocurre lo mismo que a esos criminales de las novelas policiacas: quien tiene un arma acaba usándola. Sería la primera vez en la tenebrosa historia de la Humanidad que un país renunciara a emplear un mecanismo de destrucción, pero en muchas ocasiones se han firmado acuerdos. Sin duda hay momentos en los que sus líderes piensan eso de «hasta aquí hemos llegado». La Convención de Dublín ha comprometido a los firmantes a que «nunca, bajo ninguna circunstancia, se empleen armas con submuniciones». No es que las cargue el diablo, las cargan los hombres. Hay que detener el avance del progreso en el arte de matar. En cualquier lugar alguien puede apretar un botón y acabar con el invento atribuido al Sumo Hacedor, ya que en la actualidad es posible deshacerlo todo. Bertrand Russell, que encontró un interlocutor adecuado en Einstein, intercambió cartas con él comentando la posibilidad de la desaparición de este planeta situado en los arrabales de una de los millones de galaxias. Eso no era posible antes. A pedradas o a lanzadas podían aburrirse los combatientes. Ahora sí. Claro que cuando se pisotea un hormiguero siempre quedan supervivientes.

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