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Publicado por
ESTHER ESTEBAN
León

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SUPONGO que para los niños de Zirzurkil, Hernani, Amorebieta, Arrigoriaga, Durango, Lejona o Tolosa, entre otros muchos hermosos lugares del Pais Vasco y Navarra, resulta normal ver que algunas de sus calles, plazas o parques donde juegan tienen nombres de etarras, cuyo gran mérito en la vida ha sido ser unos terribles asesinos, movidos por un odio irracional, cuyas diferencias ideológicas con sus convecinos se resolvían con la letal fórmula del tiro en la nuca. Supongo que cuando les explican quiénes eran esos grandes hombres que han merecido el honor de tener una calle en su tierra, les habrán explicado que son grandes luchadores por la libertad, que dieron su vida para liberar a todos de la explotación y el abuso al que el Estado les somete. Supongo que con esa idea se ha educado a generaciones de jóvenes que han llegado a somatizar que los pistoleros de ETA no son los malos de la película, sino los buenos ciudadanos, los héroes libertadores y como tales un ejemplo a imitar. ¿A qué grado de perversión puede llegar una clase política que permite con total normalidad que esto se produzca sin que nadie mueva un dedo para evitarlo? Ha tenido que ser un juez valiente como Grande Marlaska quien haya decidido abrir la vía penal, dar el paso y ordenar a la alcaldesa de Hernani, -evidentemente de ANV- que retire un monolito y el nombre del etarra Jose Maria Ariztimuño «Pana» con el que se bautizó un parque de esta localidad guipuzcoana. Dice el juez, y con razón, que poner el nombre de un parque a un miembro de ETA supone un acto de reconocimiento personal y , como tal, de validar el uso de la violencia. Afirma que, además, determina una humillación constante en el sentimiento legítimo no sólo de las victimas sino de cualquier ciudadano con principios democráticos. ¿Alguien puede poner en duda tan aplastante y lógica determinación?. Desde luego que no , salvo que se forme parte de esa masa que con su silencio cómplice da carta de naturaleza a quienes pretenden disfrazar de ideología lo que es solo un acto criminal de vulgares pistoleros, propio de cualquier banda mafiosa. Acabar con el callejero etarra, y hacerlo en cualquier lugar por pequeño que sea, es un acto de justicia, una pequeñísima e insignificante reparación a las víctimas que llevan demasiado tiempo chocando con un muro de indiferencia que ha permitido convertir a los verdugos en heróes y a las víctimas en verdugos. ¡Ya era hora de que esta panda de asesinos dejaran de ser considerados con todos los honores profetas en su tierra, al menos públicamente!.