TRIBUNA
¡Ese Jesús tan lejano!
CUANTO más leo los evangelios, menos logro relacionar al Jesús que de su lectura se desprende, con ese dios justiciero, vengativo y mítico con cuya imagen llevamos conviviendo durante siglos y que es más propio de enseñanzas e historias judeo-paganas que de un auténtico cristianismo. El Jesús evangélico es un hombre humilde desde la cuna hasta la cruz. Nacido en el seno de una familia de artesanos. Actividad de muy bajo relieve social y económico, en su tiempo. Treinta años estuvo sometido a la tutela de sus padres, ayudándoles en aquellos trabajos poco valorados y peor remunerados y fiel cumplidor de los preceptos religiosos de la ley judaica y de las leyes temporales que, imponía el conquistador romano. Cuando sale a la vida pública para manifestar Su Naturaleza Divina, se dirige en primer lugar a las orillas de un río para ser bautizado con agua por un humilde profeta que, vivía en el desierto y cubría su cuerpo con una piel de camello alimentándose de miel silvestre y langostas de campo, del que dijo Jesús que, nunca nació en Israel un profeta mayor que él. Luego elige sus discípulos de entre rudos y toscos pescadores que faenaban en un lago tratando de extraer de sus aguas el sustento diario para ellos y sus familias. Más tarde se relaciona con mujeres y personas de dudosa reputación. Es el caso de la samaritana del pozo de Jacob, cuyo diálogo con esta humilde mujer es una auténtica disertación apologética, en la que queda de manifiesto la humanidad de su doctrina. María Magdalena, Mateo el publicano, La mujer adúltera, con los que comía, alternaba y dialo gaba. Gente toda rechazada por el estamento religioso y social; en ocasiones esta relación le forzaba a vulnerar prácticas tan rigurosas como la celebración del día del sábado. Trasgresiones que, le acarrearían mas tarde su condenación y muerte. Las parábolas que le atribuyen los relatos ev angélicos, contienen un manifiesto contra todo lo establecido en cuestión social y religiosa. La del rico Epulón y Lázaro y la del Buen Samaritano son un claro ejemplo de la superioridad de lo humano sobre la costumbre y la ley. La carencia de una actitud impositiva de su doctrina, le llevó hasta el extremo de no forzar el convencimiento de sus discípulos, sobre su misión en la Tierra, su ignominiosa muerte y posterior resurrección que, en numerosas ocasiones éstos rechazaron y que, cuando sucedió los más próximos lo abandonaron o renegaron de El, atribuyendo las apariciones últimas a desvariaciones de mujeres de poco juicio. En el episodio de la moneda, dejó bien claro las relaciones con el poder temporal: Dad al César lo que es del César... Manifestó siempre una actitud comprensiva hacia las flaquezas y miserias humanas. En el sermón de la Montaña, elevó a la categoría de virtud valores que, el mundo e incluso, sacerdotes, doctores de la Ley y fa riseos consideraban deleznables y si con algo no transigió fue con la hipocresía, el abuso de poder y la riqueza. Se despidió de sus amigos con una Cena de confraternidad y compañerismo, sin reprocharles luego, la soledad y abandono en el Huerto de los Olivos vencidos por los sopores de la comida y del sueño. Consintió que, en un ignominioso plebiscito fuera preterido a un vulgar delincuente y morir después de la forma más infamante que se aplicaba en su tiempo: la Cruz. Pues este Jesús tan Divinamente Humano, nos ha sido escamoteado al mismo tiempo que mitificado y mixtificado con todos los atributos de los dioses paganos, jerarcas egipcios, griegos y romanos. Le hemos encerrado en grandes y lujosos templos al estilo de aquellos y de esta manera alejarlo de nuestra vida. Los que, se nominaron sus representantes, adoptaron el fasto y la pompa de antiguos imperios, llegando a someter y tiranizar las conciencias de sus seguidores por el temor y la amenaza de un dios implacable y justiciero, tan lejos del Jesús humilde y misericordioso que trasuntan los evangelios. En este cua dro semi-pagano faltaba la figura de una diosa, con todos los atributos y lejanías que caracterizaba esta institución en las antiguas mitologías. Y poco a poco fuimos convirtiendo los cristianos a una mujer y una madre sencilla, tan sencilla que, apenas es mencionada en los textos evangélicos en una diosa, madre de un dios y alejada del resto de los mortales Por el contrario, su comportamiento y actuación en nada sobresalía de las demás madres de su entorno. El evangelista San Lucas lo deja bien patente cuando relata el diálogo entre madre e hijo con motivo de la pérdida del Niño en uno de sus viajes a Jerusalén. Al encontrarlo en el Templo escuchando y preguntando a los doctores de la Ley, Ella no comprendió aquella respuesta de, estar ocupado en las cosas de su Padre. Es cierto que, hasta el siglo IV de nuestra era, las cosas no fueron de este modo, pero a partir del edicto de Milán, dado por un emperador que más que cristiano quiso aprovechar la fuerza que iba adquiriendo esta doctrina y así intentar salvar el tambaleante imperio, consciente de la dicotomía entre esta nueva doctrina y los principios fundamentales del Imperio y el fracaso de tanta persecución cruenta practicada por muchos de sus antecesores para detener su avance, decidió con gran inteligencia y astucia, ceder la propiedad de una parte muy importante del patrimonio imperial a este nueva fuerza emergente y ellos mismos se encargarían de encerrar en tanto templo y basílica, la figura y la doctrina de su fundador. Y así, el cristianismo fue adquiriendo modos e incorporando ritos, más propios de una mitología que, de un sentimiento religioso. La figura de Júpiter personificada en el Emperador, fue calando en las jerarquías eclesiásticas y cuando el Imperio se derrumbó fue asumida definitivamente por éstas. Siglos más tarde la figura de María, empezó a parecerse más a la mitológica Artemisa que a la Madre de Jesús. Llegando estos excesos a partir del Renacimiento y sobre todo del Barroco a extremos de idealismo y fetichismo, representando a María Inmaculada de acuerdo con los cánones de suprema belleza física de cada época, imposible de identificar con la humilde doncella de Nazaret, que narran los textos evangélicos. En la historia de la Iglesia han sido numerosas las excepciones a esta forma de entender el cristianismo. Las figuras de Francisco de Asís, Juan XXIII y la de nuestra contemporánea Teresa de Calcuta, son un claro exponente de una Iglesia más evangélica y ética y menos jerárquica y cúltica: Esta reflexión y estos ejemplos, probablemente pudieran acercarnos de nuevo a ese Jesús Tan Lejano. Termino con una cita del gran poeta indio Rabindranath Tagore, por lo que entraña de realidad y advertencia: Engarza en oro las alas de un pájaro y ya no podrá volar.