Diario de León

CONTRACORRIENTE

La muerte al fondo

Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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INTUYO que este título ponga los pelos de punta a más de un lector, o que le haga buscar columnas menos fúnebres, pero es que se trata precisamente de eso, de demostrar que hablar de la muerte está hoy mal visto, incluso que parece cosa de pobres, de gente sospechosa o de abuelas centenarias. Es como si en este mundo virtual y monegasco morirse fuera de mal gusto, algo casi reprochable, como dejaba entrever este mismo diario hace poco, cuando, citando estadísticas oficiales, indicaba que la sociedad leonesa pierde prematuramente 15.500 años de vida anualmente, es decir, que muchos leoneses la palman antes de lo debido, como si tuviéramos la obligación de vivir un determinado número de días, tal como, de modo asfixiante, se exige desde la cultura orgánica, la sanidad institucional y los centenares de páginas y programas de salud con que nos abrasan semanalmente. Pero si es que hasta los entierros se organizan a la carrera, las funerarias compiten por llevarse al finado, y en los cortejos, más urgentes que mortuorios, asusta ver tanta corona, coronas ubérrimas y heráldicas, como si en lugar de un sepelio honroso se celebrase, en los tanatorios, las galas de algún certamen floral. Hasta los deudos, pertrechados con gafas de Armani, parecen reporteros de un canal de televisión y se pasan el tiempo colgados del móvil, preocupados porque no les lleven el coche aparcado en doble fila, incómodos por no saber cómo colocarse. Dónde están aquellos hombres que llevaban el ataúd al hombro, o la costumbre de que los niños, a cierta edad, acompañaran a sus padres. Lo dicho: nadie quiere hablar de la muerte, cómo me saca usted ese tema hombre, en una época en la que, curiosamente, hay tanto muerto en vida, tanto sujeto anestesiado que apenas protesta cuando le suben la gasolina y la factura de la luz. Se ha banalizado todo, y al mismo tiempo se ha estigmatizado lo solemne, lo único que, en el fondo, da sentido a una vida enloquecida que, como se decía en Macbeth, «es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y furia, y que nada significa». Y encima, no se sabe muy bien por qué motivos, nos culpabilizan por fallecer prematuramente, ya ven ustedes, tenemos que llegar como sea a una edad provecta, aunque sea a costa de que se encarnicen con nosotros en los hospitales y nos conviertan en guiñapos o monigotes enganchados a tubos y artilugios postizos. No sé, a lo mejor es que tenemos que seguir siendo consumidores el mayor tiempo posible, a poder ser de medicamentos costosos y de última generación, todo está en venta, menudo negocio este de la salud, los ancianos y el sufrimiento. «Oscuro como la tumba donde yace mi amigo», tituló una obra memorable Malcolm Lowry, y yo reivindico el final de nuestros días, por qué no, el momento donde, por fin, le demos un corte de mangas a tanta idiotez, a tanta falsedad, a pesar la melancolía de las ausencias, de la terrible tristeza de ver morir a los tuyos, pero la alegría de haber disfrutado de ellos es otra historia, esa no te la puede robar nadie, como tampoco su muerte, sea cuando sea, lo único que importa es que sea digna y que nos deje, junto al duelo y la consternación, la añoranza de su recuerdo.

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