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EL RINCÓN EL BAILE DEL AHORCADO

En su sano juicio Ñus en la orilla

Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA CRISTINA FANJUL
León

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LA JUSTICIA en España sufre trastornos de todas clases, pero los más graves son los mentales. Quienes han hecho la muy respetable carrera de jueces y quienes han cursado la despiadada carrera de políticos le están pidiendo a la presidenta del Tribunal Constitucional que explique lo inexplicable. Hace falta ser un dialéctico excepcional para justificar, si se llega tarde a casa, una mancha de carmín en los calzoncillos, pero no requiere menores aptitudes convencer a todos de que es normal, desde su alto cargo, asesorar a una amiga acusada supuestamente de cargarse a su marido. ¿Qué podemos pensar de la Justicia con mayúscula? Hay preguntas de muy difícil respuesta y otras ante las cuales lo mejor es quedarse en silencio, incluso cuando el interrogado es inocente. En la alta madrugada de Valparaíso, después de «conversarnos una botella», Pablo Neruda, que era tan buen bebedor como grandioso poeta, me decía, con aquella voz salmodiante y contrita: «Federico era mi hermano» y después de la pausa que ocupa un suspiro, añadía: «Me lo mataron». Después, continuaba. «Miguel era mi hijo». Suspiraba de nuevo y después añadía: «Me lo mataron». No osaba yo interrumpir ni sus silencios. Después, mirándome a los ojos, me hizo la pregunta más difícil que me han hecho en mi larga vida: ¿Qué se puede pensar de un país que mata a sus poetas? Naturalmente, no dije nada, pero ahora me estoy preguntando qué se puede pensar de un país donde la Justicia funciona así. Depende del número de jueces llamados progresistas o bien denominados conservadores cambiar los platillos de la balanza por la vajilla y confundir la espada orinienta por la cuchara y el tenedor. Podemos pensar que hay jueces que han perdido el juicio. AL OTRO lado del Atlántico se siguen haciendo obras de arte con la ficción cinematográfica y televisiva. Por eso, allí no necesitan subvenciones. Les pongo el ejemplo de House , que esta semana emitió sus últimos episodios de la temporada. Con una lucidez aterradora, el capítulo fue un pulso entre Gregory House y la muerte. Como en la vida, apenas podíamos intuir qué era real y que era un sueño, cuándo estábamos en la mente enfermiza de House y cuándo eramos nosotros los que ordenábamos los acontecimientos, en qué momento nos acogía la placidez de la cueva y sólo veíamos sombras y en cuál nos permitían mirar de frente la realidad. La vigilia y el sueño se intercalaron para demostrar que, como decía Shakespeare en Macbeth, la vida es una sombra, una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa . La genialidad de los guionistas está en que, como en la vida, el buen doctor cree que tiene alguna capacidad de acción, está seguro de que sus desvelos se recompensarán. Pero, al final, la rutina se impone. La muerte no es una posibilidad, sino una repetición. No hay música, no suena de fondo el Claro de Luna de Debussy ni hay tiempo para despedirse. Y si lo hay, al final, como en la serie, la vida se acaba sin lirismo, con la cruel simplicidad con que se aprieta un botón. Hace unos días leía unos versos inéditos de Ángel González. Decían algo así como que hay que ser muy valiente para vivir muerto de miedo. Tal vez la lucidez sea algo parecido a atreverse a que te cosan para siempre la certeza de que todo es gratuito y aleatorio, de que, como decía House en otro capítulo, sólo somos cucarachas, ñus a la orilla del lago.