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SE CUMPLEN HOY tres meses desde aquel 9 de marzo en el que Zapatero revalidó su victoria ante las urnas. No quisiera unirme a las críticas, en mi opinión algo precipitadas y a veces sesgadas, que, por ejemplo, dicen que el Gobierno simplemente no está haciendo nada para, por ejemplo, atajar la crisis económica, excepto tratar de negar la evidencia. La crisis es global y depende de factores clave que no está en manos del Ejecutivo español arreglar. Pero sí tengo que decir que me parece que la estrategia planificada y dictada personalmente por Zapatero en materia de entendimiento con los ciudadanos ha sido, cuando menos, equivocada. Minimizar el malestar ciudadano con una situación económica que está llegando a angustiar a no pocas familias, es un error mayúsculo, pienso. Supongo que, a partir de esta semana, asistiremos a una mayor presencia pública de los ministros y a la sensación de que el inquilino de La Moncloa se dedica menos a viajar a su León y más a cuestiones de Estado que lo requieren. No, no basta para justificar tres meses renovados en el poder con esgrimir que se ha recibido a Ibarretxe, se ha concedido una entrevista económica al Financial Times , bastante insulsa, por cierto, y que se han ofrecido pactos de Estado sin concretar en qué van a consistir. Ni basta con pedir, como pidió este sábado ante una televisión local en su tierra, «paciencia» ante las fuertes subidas de precios o ante las amenazas de desabastecimiento suscitadas por la prevista huelga de transportistas, que quiera Dios que pueda solucionarse cuanto antes -¿sacará de alguna chistera la ministra de Fomento una hasta ahora desconocida capacidad negociadora para afrontar el chantaje de una parte de la patronal del sector?-. Tengo igualmente la impresión de que, tras el congreso de los populares en Valencia, del que Mariano Rajoy va a salir sin duda fortalecido, después de tres meses de agonía provocada por unos disidentes sin liderazgo claro, se van a intensificar las conversaciones entre el líder de la oposición y el jefe del gobierno. Y confío en que de tales encuentros no se deriven demasiados desencuentros, al menos en materias que requieren un consenso urgente que se va demorando ya demasiado: política exterior, crisis económica, inmigración, reforma de las institucio-nes, reforma constitucional... En fin, lo de siempre. Optimismo que no falte.