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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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ES COMO si se lo hubiesen dado al Oráculo de Delfos, al misterio irresuelto de la Biblioteca de Alejandría, o a ese prodigioso milagro del saber universal que fueron Las Etimologías , escritas por San Isidoro en las cálidas tierras del sur cuando no tenía ni idea de que sus huesos de sabio global reposarían al fresco de una basílica leonesa que llevaría su nombre. Se lo han dado a Google: el premio Príncipe de Asturias de Comunicación, Humanidades... y máquina herramienta, como apostilló el periodista Javier González Ferrari subrayando su estupor con ironía. Ferrari defendía la candidatura de Manu Leguineche, referencia del mejor y más honesto periodismo y hombre de carne y hueso, no máquina herramienta. Hubiese sido muy justo. Pero la opción de Google no es ni mucho menos descabellada. Al contrario, responde a la fascinación por las nuevas tecnologías representada por este buscador planetario capaz de poner al alcance de miles de millones de personas, de forma inmediata, un caudal de información de tal calibre que parece ilimitado. Mucha menos taumaturgia, muchos menos asombros hay detrás de muchas de las religiones que campean por el mundo. Detrás de este reconocimiento hay esa fascinación y también puede vislumbrarse una expresión de confianza en el ser humano, lo que no está mal en los tiempos que corren. Además, detrás de cualquier herramienta, siempre hay un hombre que ha pensado su manejo. No es sólo una máquina herramienta sino el resultado de la intuición y del trabajo. Diez segundos en el buscador de Google bastan para recordar el nombre de los padres de la criatura, hoy protagonistas cotidianos de Forbes , la revista especializada en multiricos: Larry Page y Sergey Brin. Se supone que serán ellos y no un robot quienes recojan el prestigioso galardón. Aunque quizá los miembros del jurado no pensaran en ellos expresamente sino que quisieron subrayar precisamente la concepción de instrumento abierto, que sobrevuela fronteras e ideologías, que derrumba babeles, y que abre puertas al mundo de las ideas y del conocimiento. Bien sabemos quienes cotidianamente recurrimos a Internet y a Google que no todo el monte es orégano y que, junto a las luminosas autopistas de la información y del conocimiento, hay carreteras secundarias oscuras y llenas de peligros. Pero esta realidad es algo que parece inevitable y que camina unida a la naturaleza humana que oscila, desde que el tiempo es tiempo, entre lo más generoso y excelso y lo más perverso y despreciable. Google es la enciclopedia que apenas se pudo soñar, la «instrucción en círculo» de los griegos, instrucción redonda, planetaria. Por sus infinitos caminos circulan, van y vienen, los estupores y los asombros. Y un mozalbete de la India se entera, por ejemplo, de que la camiseta que fabricó para la Eurocopa se vende en Innsbruck a un precio que equivale a tres meses de su sueldo. Quizá también se ha querido premiar esto: el poder que tiene el conocimiento, la cultura, la educación, como revulsivos para luchar por un mundo más justo. ¿Se trata entonces de un galardón a la utopía?

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