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SÉ que me encuentro entre los pocos que apuestan por un futuro político brillante para Mariano Rajoy. Y, sin embargo, pienso que el presidente del Partido Popular, que resultará reelegido por abrumadora mayoría en el congreso de Valencia dentro de poco más de una semana, tiene posibilidades de mantenerse al frente del partido, en el liderazgo de la oposición y hasta tendría, por qué no, expectativas de ganar las elecciones y llegar a La Moncloa. Claro que no será fácil, ni faltarán espinas en el Via Crucis. Pero es posible. R ajoy me ha sorprendido favorablemente, debo reconocerlo, desde el 9 de marzo: ha aguantado embestidas mediáticas durísimas, presiones internas y externas, incomprensiones y deserciones de algunos a quienes consideraba de los suyos. Cierto que ha cometido errores sin cuento y sin posible justificación: ni ha sido capaz de contar con varios de sus fieles colaboradores, ni ha salido oportunamente a los medios para contrarrestar a los «enemigos» ni ha mantenido una estrategia de contraofensiva más allá de atarse al palo mayor. L e ha faltado a Rajoy explicar a la ciudadanía que su voluntad consiste en construir una formación más claramente orientada a un centro político de lo que lo estuvo en la anterior legislatura, en la que convivían ejemplos de moderación junto con arranques ciertamente extremistas, primando el «no a todo» sobre otras consideraciones más flexibles. Rajoy estaba entonces sometido a presiones que ahora se ha sacudido. Pero ahora, tras este XVI congreso nacional del PP, tendrá que hacer lo que hasta aquí no ha hecho, habrá de lanzarse a la búsqueda de consensos no solamente con los nacionalistas y con otros partidos regionalistas, sino también con los propios gobernantes socialistas. Habrá de hacerse un lugar al sol. Pero este Rajoy va a salir de «su» congreso fortalecido; otra cosa constituiría una sorpresa tan grande que casi hay que descartarla. A partir de ahí, tiene que labrarse el futuro, que cuenta con escollos a la vista ciertamente importantes, como dos elecciones autonómicas tan complicadas como las vascas y las gallegas, o los comicios europeos. Pero no menores dificultades va a tener la legislatura para Zapatero: la crisis económica ya ha empezado a tener su reflejo en la calle: no hay nada tan devastador como las imágenes de los camiones ardiendo o de los enfrentamientos de trabajadores con la policía, para no hablar del terrible fantasma del desabastecimiento. Y muchos de los problemas que coleaban desde la anterior legislatura van a presentarse de nuevo reclamando las soluciones definitivas que entonces no pudo dárseles: ETA, las crisis territoriales, algunas quiebras del Estado, la reforma constitucional, la crisis de las instituciones...

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