Diario de León

TRIBUNA

Don Emilio o la pasión de enseñar

Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO
León

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HACE años que no veía a don Emilio Martínez Torres, catedrático de Filosofía y director que fue de la Escuela Normal, cuando ésta tenía su sede en el antiguo Hospital Militar, hoy IES «Claudio Sánchez Albornoz». Todavía le veo entrar o salir de su domicilio número 43 de la Avenida P. Isla, con la cartera de cuero e impecable aliño indumentario. Nunca fui su alumno, pero sentí fuerte emoción y gran alegría cuando casualmente le reconocí y saludé hace unos días. Mi mente inconsciente ya le había dado de baja existencial y los ojos me lo resucitaban. Comprobé con satisfacción que los 99 años a punto de cumplirse no han conseguido nublarle la vista del pasado ni la capacidad de contar su peripecia pedagógica en un libro, que generosamente me ha regalado y que he leído con la misma pasión que su empeño en editarlo. Anteriormente a éste, don Emilio ya había dado a la imprenta: Ontología general y especial» (1963), Psicología, lógica y ética (1965), Fray Bernardino de Sahagún (1996), León, sede imperial (2000) y Don Antonio González de Lama. Su vida y sus ideales (2006), En el libro titulado Memoria pedagógica (2008) , don Emilio cuenta las vicisitudes personales de tres cuartos de siglo dedicado a la docencia. Comienza refiriéndose a sus años previos de aprendizaje en Valderas, su villa natal, bajo la tutela de las monjas franciscanas de la Divina Pastora, comandadas por Sor Mercedes, una monja montaraz y zahareña, cuyo único título era una recia palmatoria superior a su tamaño. Fue el mismo centro que frecuentó el P. Isla y en el que se inspiró para escribir los primeros capítulos del «Fray Gerundio». En la escuela pública de Valderas don Emilio acabó de aprender a leer y a escribir. Como era de costumbre en las familias con muchas bocas que alimentar, su padre lo enveredó hacia el sacerdocio, matriculándole en el Seminario, ubicado por aquellas fechas el Colegio de San Mateo, hoy edificio multiusos perteneciente al Ayuntamiento. Recuerda que, aparte de la cuestión sexual, allí se hablaba de la filosofía de Hegel como «errónea, falsa y perniciosa»; y nunca podrá olvidar que, acompañados de varios grados bajo cero, iban los seminaristas a la capilla a entonar: «Os damos gracias, Señor, por los grandes beneficios recibidos en este día». Aquella disciplina, se lamenta don Emilio, sólo conseguía formar muñecos sin personalidad alguna, borrando toda iniciativa e impidiendo el uso de la libertad personal. No más del cinco por ciento de los matriculados terminaban siendo curas, y don Emilio optó por no figurar entre ellos, con aborrecimiento paterno y beneplácito materno. Ahorcada la sotana a los veinte años, don Emilio se vino a León e ingresó en el Colegio Belinchón, o Colegio Leonés, donde estudió con denuedo para hacerse maestro. Coincidió ese paso con el advenimiento de la II República. Su primera práctica docente la realizó en una escuela de las Ventas de Nava, con mayoría de alumnos pertenecientes a la etnia gitana. Cuando, a principios de 1933, el nuevo régimen convocó oposiciones a escuelas de enseñanza primaria, don Emilio obtuvo una plaza y eligió Villamarco, un pueblo entonces de medio centenar de viviendas y carente de todo excepto de una estación de tren a dos kilómetros de la población. En Villamarco le llegó el momento sublime, casi metafísico, de enfrentarse por primera vez ante un grupo de almas inocentes a las que formar e instruir espiritual e intelectualmente, procurando evitar toda influencia tendenciosa y doctrinal. En Villamarco le alcanzó la guerra civil. El dueño de la vivienda donde residía quemó los libros y papeles de don Emilio, no fuera que por su contenido le perjudicasen, al saber que un grupo de falangistas fisgoneaba en los domicilios de los maestros de la zona; no diría yo ávidos de desentrañar «marxistas», con «kantianos» o «racionalistas» era suficiente. Don Emilio confiesa que nunca se manifestó políticamente, aunque era partidario de Izquierda Republicana; y recuerda que rechazó la invitación de alistarse en las filas de los apasionados falangistas de su pueblo, quienes, según él, nunca se lo perdonaron. Digamos, de paso, que en Valderas aún continúan visibles símbolos del franquismo, que dan nombre a calles y plazas (Generalísimo, Onésimo Redondo, Calvo Sotelo, José Antonio). La falta de compromiso político no fue obstáculo para que don Emilio figurase entre los maestros censurados, a través de una Junta presidida por un alférez cura-castrense, quien, pese a los inmejorables informes de los vecinos, le censuró por no aparecer por la iglesia los domingos, cuando era obvio que los domingos los solía pasar en León. No obstante, salió limpio de la censura, pero pudo comprobar con amargura que muchos de sus compañeros de las oposiciones del 33 fueron eliminados o terminaron en San Marcos. En 1936, don Emilio ya había iniciado los estudios universitarios de Pedagogía en la Facultad de San Bernardo, siendo examinado por Ortega y Gasset, pero hubo de abandonarlos al ser movilizado. Una vez reintegrado a la Universidad en 1939, la falta de licenciados motivó que los cursos se redujesen a seis meses, por lo que don Emilio se vio antes de lo esperado con el título de Licenciado en Paidología. Benavente y Cuenca fueron destinos provisionales hasta las oposiciones de 1943, en las que don Emilio ganó la plaza del Instituto de Huesca, donde permaneció cerca de diez años, siempre soñando con llegar a ser catedrático y poder regresar a León. La ocasión no le llegaría hasta 1954, y la supo aprovechar. En los siguientes capítulos, don Emilio que ya no se moverá de León , hace un repaso de toda su actividad en la Normal, como docente, dirigente y emprendedor, sin eludir los momentos complicados y difíciles que estas actividades conllevaron. Cabe destacar su gestión, de la que se siente especialmente orgulloso, para la construcción de las Escuelas Anejas al Magisterio, ubicadas en la carretera de Asturias, como práctica de los alumnos de la Normal. Hoy esas escuelas funcionan como un colegio más del municipio, desligado de la Escuela Normal, convertida hoy en Facultad de Pedagogía. Además de ser prontuario de una personal experiencia pedagógica, el último libro de don Emilio cuenta también con diversas reflexiones, a veces apasionadas y críticas, sobre el arte de enseñar y de educar según los modelos que se han ido generado a través de su dilatada vida. No renuncia tampoco opinar sobre la enseñanza superior en España, a la que, sin haberla experimentado como docente, denuncia sus principales defectos, especialmente la reducción a una institución teórica, sin atender apenas a la formación práctica de los titulados. Sabemos que la educación y la pedagogía se asientan sobre terrenos extraordinariamente movedizos; que transitan a lo largo de la historia en viajes de ida y vuelta, pues lo que hoy es bueno, mañana ya no lo es, y viceversa. Y máxime en un país, como el nuestro, en que la perspectiva laica y eclesiástica para el control de la enseñanza siempre han estado, y aún siguen estando por desgracia, en continua fricción, cuando no a bofetada limpia. Para don Emilio persona sencilla, sin afán de protagonismo, vocacionalmente preocupada y entregada al oficio de enseñar , la premisa del educador y pedagogo tiene que ser, «una pasión útil», no un tanto «inútil», como descorazonadamente parece advertirse hoy en el mundo de la enseñanza, al constatarse la pérdida de influencia en la formación del individuo, que radica tanto o más fuera que dentro de la escuela. Si París bien vale una misa, don Emilio, por toda su trayectoria ejemplar, bien merece un reconocimiento y homenaje, mucho más allá del que le tributan estas modestas líneas.

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