Diario de León
León

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EL PRÓXIMO fin de semana tendrá lugar el esperado congreso popular. Lo de Juan Costa, un Hamlet de tensión baja, se ha quedado en nada, para bochorno de sus valedores externos. Rajoy ha sido objeto de una conspiración de ingratitud, que ha provocado el rechazo de gran parte de la sociedad española, independientemente de a quién se vote. Reclamar otro líder es legítimo, pero aquí hemos asistido a algo más perverso, en su fondo y en su forma. Con él no han sido desleales quienes siempre discreparon, o quienes abogan por otro candidato, sino quienes han maquinado para destruirlo con el apoyo de medios de comunicación; por cierto, paradojas de la vida, las mismas voces que a diario injurian a Rodríguez Zapatero. La deslealtad irrumpe de las charcas del resentimiento. Sin embargo, quien es leal lo será incluso cuando lo razonable fuese no continuar siéndolo, y pese a que con él no se haya sido; no espera premios, ni siquiera las gracias, que casi nunca llegan. La lealtad es lo contrario a nadar y guardar la ropa, al mutismo interesado, al servilismo; como inversión suele resultar ruinosa, pero esa es su épica. Tras ganar el congreso, para Rajoy la única victoria interna duradera ha de provenir del liderazgo ético, y para ello deberá renunciar al plato frío de la venganza. Aunque nada volverá a ser igual en su ánimo tras la conjura de los desleales. Ciertas lecciones sólo se aprenden mediante la decepción, pero aún más de trascenderla. La política tiene que humanizarse; y cierto periodismo, también. No es cierto que todo se reduzca a gobernar o no. No es verdad que sólo exista el conmigo o contra mí. Con tales maniqueísmos estamos abocados al naufragio. No seamos desleales con nuestra democracia. Sin convivencia real, sin respeto mutuo, todo es espejismo.

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