NUBES Y CLAROS
La sinrazón del mito
SIEMPRE viene bien un revulsivo. En lo personal y en lo profesional, en la obligación y en la devoción. Pero cuando el revulsivo se pasa de rosca acaba siendo repulsivo. Y eso le puede pasar a José Tomás. La Fiesta necesita ídolos, toreros que marquen la diferencia y pongan las pilas a un escalafón que tiende a adocenarse. Ídolos, no tanto mitos, porque para alcanzar esta condición se requiere generalmente estar muerto. José Tomás es un ídolo de la afición desde que apareció en Las Ventas recién llegado del México que le vio nacer como torero. Su personalidad siempre ha sido diferente, dentro y fuera del ruedo. Sabemos desde entonces de su valor que atropella la razón, y de un concepto del toreo que nos encandiló. Y conocemos sus altos y bajos. Así le aceptamos. Su regreso a los ruedos el año pasado fue un éxito, sobre todo para la cuenta corriente del matador y sus peculiares asesores. Y su regreso a Madrid este mes una sinrazón que puede acabar pasándole factura entre los aficionados. Cosa que, a decir verdad, no sabemos si le preocupa. No seré yo quien discuta los trofeos que pide el público, se ajusten a faena o no. Aunque lo normal es que a un torero al que cogen cuatro veces en una tarde lo manden una temporada a parvulitos de la escuela taurina. Quizá el problema es que a Madrid no pudieron ir los aficionados, sino aquellos dispuestos a tirar el dinero con tal de decir que habían estado allí. Nunca un aficionado jaleó que un torero se dejara coger. Antes al contrario, en las plazas se afea al diestro que arriesga sin sentido. No me interesa el José Tomás suicida, topón, ensangrentado, con los muslos abiertos. Me gustaría volver a ver al torero especial que esconde. Y ese no es el que han encumbrado estos días.