EN EL FILO
El fútbol como metáfora
MI PASIÓN por el fútbol es tibia y mis conocimientos en la materia bastante limitados, pero pertenezco a esa masa de ciudadanos que ante un encuentro importante se apostan ante el televisor con actitud de converso. Cada vez me cuesta más defender aquello de «no me gusta el fútbol». Esta especie de aficionado accidental a la que estoy asociado es la que hace disparar las puntas de audiencia, somos como los votantes de centro, capaces de decidir el resultado de unas elecciones siempre que tengan la suficiente dosis de emoción e incertidumbre. ¿Se acuerdan de cuando Zapatero, gran aficionado al fútbol, confesó que había que inyectar un poco de tensión y dramatismo a la última campaña electoral? Pues eso, como en el fútbol. En realidad lo de aficionado es otro de los eufemismos que hemos instalado en nuestra lengua para definir al forofo. El aficionado se deja deslumbrar por la belleza del espectáculo y acaba asumiendo con deportividad la justa victoria del mejor, aunque no sea el nuestro. Los forofos, también los accidentales, no queremos que gane el mejor, sino que ganen los nuestros. Y si esa victoria se da frente a rivales contemporizadores y marrulleros, aplicados en el arte del codazo y la zancadilla, parece que el triunfo es más grande. Que se lo digan a Mariano Rajoy, otro gran aficionado al fútbol... El repaso de las audiencias televisivas del España-Italia, matizadas por territorios pero espectaculares en todo el país, nos llevan a una conclusión paradójica. Al menos en materia futbolística la unidad de España está garantizada, lo que es compatible con la existencia de un exacerbado nacionalismo, en este caso español, tan furibundo como el nacionalismo disperso que permanece en el baúl hasta que arranque de nuevo la Liga. En fin, también el fútbol es la metáfora de un mundo globalizado en el que conviven escandalosamente obesos y muertos de hambre, la modernidad con la Edad Media. Por eso me sorprende que el espectáculo que maneja presupuestos que no están a disposición de muchos estados, que ha llevado la tecnología a las camisetas y a los tacos de las botas, siga dejando al arbitrio de un pobre árbitro algunas decisiones fundamentales. Que en el mundo del GPS un fuera de juego siga dependiendo de la agudeza visual de un linier es un contradiós que encierra ciertas dosis de sadismo. Pero quizás eso también forma parte de la metáfora. Si el arbitraje fuera perfecto, si eliminamos la capacidad de errar de terceros, ¿a quién echaríamos la culpa de nuestras carencias? Y es que el fútbol y la vida son así.